Todas las que hoy podemos ir con nuestro carnet de identidad a un colegio electoral en esas convocatorias llamadas “fiestas de la democracia” que son las elecciones, para ejercer nuestro derecho al voto, tenemos siempre presente a Clara Campoamor. La mujer que se enfrentó al mundo, a sus compañeros y compañeras del Congreso de los Diputados y logró, que en España las mujeres fuésemos un poco más libres y un poco más dueñas de nuestro destino, aquel maravilloso 1 de octubre de 1931.
El tesón de los ideales de Clara Campoamor ha funcionado como un empuje constante en el movimiento feminista español. Es un referente indiscutible y una mujer admirada y admirable por todas las que creemos que las mujeres son, ante todo, dueñas de su vida y de su participación política.
El derecho al voto fue fundamental para cambiar algunas mentes y algunas políticas de este país (al menos después de la muerte del dictador, que como buen tirano quería a las mujeres amarraditas en casa con un pañuelo en la boca para que no hablasen y otro en los ojos para que no mirasen el destino que tenía pensado para ellas). Gracias a ese primer empuje, las mujeres, ya organizadas, invadieron la esfera pública (no de golpe, que no se habría permitido) y pasaron a ocupar puestos destacados en todos los sectores, que hasta ese momento y un poco o un mucho todavía, estaba cubierto por los hombres.
Filósofas de renombre, escritoras, científicas, empresarias, banqueras, ministras y vicepresidentas y todas en general, tenemos una deuda con Clara Campoamor y le agradecemos todos los días ese derecho al voto.
Las mujeres han demostrado con creces que estamos tan preparadas, somos tan inteligentes y tenemos capacidad suficiente para hacer todo lo que queremos tanto en la esfera privada como en la vida pública. Hoy en día, cualquier hombre que dude de las aptitudes de una mujer para el desempeño de un puesto de trabajo, es sencillamente tachado de cavernícola. Por desgracia, quedan muchos, pero el movimiento feminista los va arrinconando en círculos más pequeños.
Todo esto, sería maravilloso si, el patriarcado, vestido con sus mejores galas y adornando discursos muy bien preparados y llenos de palabras rimbombantes y cultísimas para calar en la mente de los y las incautos, no se hubiera percatado de ese poder femenino y de lo que puede llegar a conseguir. Que lo ha hecho. Y como no quiere ser considerado del grupo de cavernícolas que hemos nombrado antes, ha disfrazado su misoginia, con el malísimamente llamado nuevo feminismo.
Ese feminismo que se ha creado a su medida está literalmente, destruyendo tacita a tacita, todo lo que el movimiento feminista, sus pensadoras, su agenda y su trayectoria, ha ido construyendo.
Hoy, cuando las asociaciones feministas se forman en cada pueblo o ciudad, donde se organizan manifestaciones multitudinarias con mujeres llegadas de los rincones más escondidos del país y donde formar gobierno sin contar con nosotras sería algo impensable, se nos echa de la sociedad. Partidos políticos que forman parte de nuestro actual gobierno (véase PSOE y Podemos) han puesto a sus mujeres al frente para que aniquilen a las demás.
De nada valen ya las palabras de feministas de renombre. De mujeres que lideraron el primigenio Ministerio de Igualdad o la Secretaría de Estado de Igualdad. Se le ha cambiado el nombre al Instituto de la Mujer para dar cabida a sentimientos personales y se ha convertido al género, el gran enemigo del feminismo y por extensión de las mujeres, en ley.
Se pide que se incluya en los registros civiles a todo aquel que se considere mujer (por sus huevos morenos, que es la única base científica en la que se apoyan) porque negarlo y seguir defendiendo que una mujer es una persona de sexo femenino, supone un menoscabo a los “derechos humanos”. Unos derechos que en este siglo XXI en vez de una declaración son la lista de la compra de cualquier familia. Cabe todo lo que se nos ocurra pedir.
Las Comunidades Autónomas dieron los primeros pasos en esa destrucción. Leyes autonómicas que invadían de política antifeminista y anti mujeres todo lo que está en sus competencias. Pero eso se quedaba escaso. Había que llevarse el pastel entero, no solo las guindas. Ahora, tras el Congreso del PSOE ha quedado demostrado que nuestros dos partidos gobernantes están más pendientes de lo que digan los grandes capitales; como los promovidos en la Conferencia de Yogyakarta, pagada con dinero invertido en el auge del transgenerismo; que de las necesidades y realidades que tiene esta sociedad.
Empezó Podemos y termina el PSOE. El olor del dinero es como ese aroma de los dibujos animados que hace flotar en el aire a los políticos para no perder nada de su esencia. Ya no valen los argumentos fidedignos, las estadísticas y datos científicos, que sí valen para el covid pero no para el sexo de los seres humanos, los datos extraídos de las gestiones hechas en otros países, o el conocimiento de la vulnerabilidad y fragilidad de las mentes adolescentes, completamente manipuladas a través de las redes sociales, las películas, las series de Netflix y de los periodistas pagados con los dineros de los dueños de los medios de comunicación.
Nuestros políticos y políticas están demostrando que son como los avestruces. Si escondo la cabeza y no veo lo que pasa, será que no existe.
¿Y que nos queda? La lucha no va a parar, ni las reclamaciones, ni los textos que desmontan la parafernalia del movimiento trans. Ni tan siquiera las demostraciones de muchos miembros del movimiento transexual que se declaran abiertamente en contra de esa secta religiosa que busca el suicidio masivo de nuestros jóvenes solo para llenar un poco más sus baúles de monedas de oro.
Pues nos queda un ejercicio de democracia. Una elección electoral. Una decisión difícil pero claramente legítima. Según datos del INE, el día 1 de septiembre de 2021, en España éramos la friolera de 34.866.511 personas con derecho al voto. Si las mujeres suponemos el 50% de esa cantidad, y todas, unidas, dejásemos de votar ¿podría sostenerse un gobierno dónde más de 17 millones de votantes no metieran su papeleta en una urna? ¿Se vanagloriarían tanto del triunfo de sus partidos sabiendo que la gran masa de ciudadanas les han dado la espalda defendiendo sus propios Derechos Humanos? Contarían eso sí con el voto de las esquirolas, las vendidas y todas las que han aceptado hacerse la lobotomía y se han colocado frente a las demás. Pero incluso descontando ese porcentaje, todavía somos muchas. Demasiadas.
¿Habrán valorado esta idea nuestros queridos partidos políticos?
Por Belén Moreno @belentejuelas
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