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¿De verdad estoy aquí por méritos propios?

Esa frase lapidaria y demoledora que muchas mujeres se dicen a sí mismas, es un claro síntoma de padecer lo que llamamos el Síndrome de la Impostora. Un malestar psicológico que nos susurra en la cabeza que no somos merecedoras de los éxitos o recompensas que obtenemos por nuestro esfuerzo. Como todo en la vida, nació originariamente como del impostor, es decir, masculino que te crió, pero ahora mismo, cualquier especialista en psicología hablará en femenino porque la incidencia en las mujeres es muchísimo mayor que en los hombres.

Los profesionales hablan de baja autoestima, auto exigencia exagerada y falta de confianza. Personalmente me pregunto qué hay detrás de esas tres características. La sociedad patriarcal se encarga todo el tiempo de recordar a las mujeres que valen menos que los hombres. Y lo demuestra, no es solo que lo diga. A los datos nos remitimos. Campos como la judicatura o la medicina, donde el número de mujeres profesionales es muchísimo mayor que los hombres, llegado a cierto nivel, ellas desaparecen. Las cúpulas de las empresas o los altos cargos de la política y las finanzas, son auténticos campitos de nabos.

La pregunta que solemos hacernos es sí realmente las mujeres no valemos para esos puestos de responsabilidad. Claro que valemos, pero si partimos de la base de que casi ninguna llega y cuando lo hace, siempre hay alguien que se dedica a decir que si todo lo conseguido es por tener buenas rodilleras o porque te vas tirando a pelé melé y al rabo de la escoba, la sensación de no estar a la altura de las exigencias, aumenta.

Una mujer tiene siempre que valer más. Más que un hombre, más que dos o más que todos los que la rodean. Nunca se da por sentado que la formación recibida, la experiencia y las aptitudes son las que la han llevado hasta donde está. Por debajo, sutilmente, hay voces que dudan de esos logros personales y de alguna forma siembran los resquemores que corroen el éxito de una mujer. Desempeñar ciertos cargos exige mucho, pero si al trabajo necesario sumamos las presiones externas, habrá siempre quién piense que era mejor haberse quedado en casa y no meterse en camisas de once varas. No ayuda en nada que los demás menoscaben nuestra autoestima, ninguneando la palabra de una profesional dando voz a un hombre próximo, muchas veces con menos valía que ella.

Las mujeres superamos muchos obstáculos para lograr ascensos. La edad, la maternidad, el estado civil, son barreras que la sociedad nos pone para que no saltemos al otro lado, al de los triunfadores. Nadie se cuestiona que un hombre ascienda en su campo hasta las cotas más altas, sin embargo, si esa progresión profesional la realiza una mujer, su camino estará lleno de palos en las ruedas para impedir que avance. Sabrá además que será examinada con lupa a diario y cualquier decisión será mucho más cuestionada que las de sus compañeros.

Pero no podemos dejar de ser buenas profesionales solo porque los demás nos miren con recelo. Una mujer de éxito no es que esté empoderada o que sea una super woman. Es sencillamente una mujer que vale. Y ya. Si ha llegado hasta ese punto es porque conoce su medio, su trabajo y las estrategias necesarias para hacerlo bien. No es necesario que pase por una prueba de aptitud cada mañana.

Una de las características del síndrome de la impostora es la baja autoestima. Quererse y valorarse a una misma no es algo que a las mujeres se nos enseñe. Todo lo contrario. Se nos educa para ser la sombra de un hombre, para ir siempre por detrás y a no recibir tanto como ellos. La vida está hecha a su medida y la nuestra es un apéndice. Son las sobras. Lo que ellos no quieren. Cuando se vive una crianza de ese tipo, la auto valoración se ve mermada, nos la cuestionamos nosotras mismas con más dureza de lo necesario y cuando alcanzamos un éxito más alto de lo previsto, las primeras sorprendidas somos nosotras. De ahí que nos preguntemos si realmente es algo merecido.

Las mujeres que padecen el síndrome de la impostora, muchas veces, asumen más tareas de las que son necesarias. Porque demostrar que pueden hacerlo todo, pagando un altísimo coste personal, calma la sensación de no estar a la altura. ¿Qué ocurre cuando la mujer absorbe todo ese trabajo extra solo para demostrar que puede? Que paga un precio carísimo. Emocional, psicológico y físico. Ese sobre esfuerzo trae aparejado dolencias de todo tipo y malestares que son evitables si viviésemos en un sistema igualitario. Algo que no ocurre. De ahí que, aunque tengamos aspiraciones profesionales legítimas, nuestra vida doméstica nos persigue y no tenemos permitido abandonarla. Un hombre de éxito con dos o tres hijos, no tiene problemas por ello. Sigue siendo el mismo. A una mujer que sobresale y además es madre se la juzga. Siempre. Si decide estancar su carrera porque desea vivir una maternidad con más implicación, se dice de ella que se ha asustado y prefiere vivir la tranquilidad del hogar. Si por el contrario, sus aspiraciones profesionales hacen que su vida doméstica se vea afectada exigiendo una mayor implicación de su pareja, es que es una loba parda que tiene al marido subyugado.

¿Cómo entonces no vamos a sentir que nuestras decisiones son siempre equivocadas? ¿De qué manera vamos a escapar de los ojos acusadores de los demás que nos miran con recelo, hagamos lo que hagamos? La respuesta es difícil de asumir, pero es la única alternativa que nos queda. Porque yo lo valgo. Como nos recordaba mi madre siempre, si dicen…que digan.

Pues sí, nos merecemos esos logros porque trabajamos mucho para conseguirlos. Estudiamos, nos formamos, nos preparamos y llegado el día de conseguir ese techo tan esperado, no debemos sentir que el suelo se abre a nuestros pies y vamos a caer en picado. Sabemos pisar tan fuerte como haga falta y no necesitamos que nadie nos juzgue nada más que por nuestras aptitudes para el puesto.

Hoy, las mujeres, al menos en nuestra parte del globo, están presentes en todas las áreas sociales. Políticas y empresarias, especialistas en cualquier campo, catedráticas, músicas y escritoras de renombre, se preguntan cada mañana si de verdad han hecho algo para estar donde están. Lo han hecho todo y sus puestos no son regalos o herencias. Son suyos. Sentir que es bueno para nosotras y que no tenemos que presentar documentos que avalen nuestra capacidad es muy importante. No solo para nosotras sino para todas aquellas de las que se puede ser un referente. Nuestras niñas no crecerán temerosas de lograr cosas importantes por sí mismas si ven como otras lo han hecho ya.

Debemos hablar con tranquilidad de quiénes somos. Con nosotras mismas sobre todo y mirarnos al espejo con la sensación de sentirnos orgullosas de nosotras mismas. Cada paso dado solo debe servir para afirmar nuestra decisión. Nuestra vida es nuestra y no hay nadie con capacidad suficiente para decirle a una mujer que no vale para algo. Ni siquiera ella misma.

Por Belén Moreno  @belentejuelas

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