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Nada cambió en Colombia para las mujeres

Entrevista con Alejandra, vocera de la Corporación Mujer Denuncia y Muévete

Desde el inicio del Paro Nacional en Colombia, en respuesta al intento de reforma tributaria por parte del gobierno de Iván Duque, miembros de organizaciones sociales y usuarios de internet en general denunciaron que miles de casos de violencia institucional y violaciones de los derechos humanos habían tenido lugar desde el 28 de abril, entre los que se cuentan agresiones físicas, detenciones arbitrarias, desapariciones, asesinatos y episodios de violencia sexual. El 21 de mayo la defensoría del pueblo comunicó haber recibido 23 reportes de violencia sexual en el marco de la protesta.

Alejandra, vocera de una organización feminista ubicada en el departamento de Norte de Santander, atribuye los casos de violencia sexual a la institucionalización y el arraigo de toda una cultura de la violación: “desde nuestra organización recibimos constantemente denuncias de violencia sexual de parte de hijas, esposas o familiares de miembros de la fuerza pública”. Según ella denuncia, la normalización de la violencia sexual contra las mujeres puede leerse explícitamente en las propias declaraciones de las autoridades policiales, quienes, en el marco del paro, han dicho que las denuncias de las mujeres son inventos, que ellas “siempre ‘tienen esas mañas de hacer quedar mal a los hombres’; que eso que les pasó fue una requisa, que ‘cómo vienen a decir que les metieron los dedos en el ano’, porque ésos son los casos que hemos recibido”. Colombia parece demostrar que la justicia es solo una falsa promesa para nosotras las mujeres, y esto tiene que ver con tres cuestiones remarcadas por Alejandra: la ya mencionada naturalización de la violencia misógina, la eterna insuficiencia del testimonio de las víctimas y la falta de empatía para con las mujeres agredidas sexualmente:

No nos cuadra que se piense que un paro puede desatar violencia sexual porque supuestamente ‘así funcionan los paros’ o la guerra; que en conflicto armado lo más obvio sea que las mujeres terminen violadas, con hijos producto de embarazos forzados”. A esto se añade que los testimonios de las víctimas suelen ser directamente objeto de descreimiento. Siguiendo las palabras de Alejandra, la cuestión de la empatía completa la visión del problema: las violaciones cometidas contra las mujeres son tomadas, sin más, como pormenores necesarios en el marco del paro e incluso como inventos porque “en materia de violencia sexual nadie empatiza con las víctimas”.

Alison

Hace algo más de un mes, una joven menor de edad fue abordada por un grupo de oficiales de la Policía Metropolitana de Colombia en Popayán mientras se dirigía hacia la casa de un amigo. Los policías la detuvieron, la arrastraron por el piso y abusaron sexualmente de ella. Al poco tiempo, concretamente el 12 de mayo, la secretaría de la mujer de la Alcaldía de Popayán emitía un comunicado de prensa aséptico “lamentando” la muerte de “la adolescente que atentó contra su vida” aquel día en la ciudad.

Esto no fue un suicidio”, sentenció Alejandra. “Esto fue un femicidio inducido por el Estado, literal. Y esa niña ya quedó en el olvido, ya no existe. O sea, las mujeres son violables (…) acá ese es el decir, muchas mujeres no salen a las protestas porque ‘te van a violar’, ¿y a quién vas? A nadie, porque para eso una sale. Entonces la mujer dice, oiga, salir a marchar es sinónimo de que me violen o me maten, entonces mejor no marcho, y que salgan solo los hombres. Pero los hombres, a lo que van a salir, es a luchar por sus derechos, que no vamos a gozar las mujeres”.

A pesar de todo, unas cuantas mujeres salieron a las calles colombianas durante el Paro Nacional. Lo que sucede es que quienes se sientan en las mesas de negociaciones, quienes se postulan para las elecciones e incluso quienes se embanderan con una causa justa para sus públicos de redes sociales suelen rescatar de nuestra presencia todo cuanto sirva a su propia imagen, al tiempo que se aseguran de que la situación estructural de opresión, explotación y violencia sexual sistemática que padecemos se mantenga cajoneada, irrelevante y, sobre todo, invisible.

Si, como dice Alejandra, “las mujeres hemos hecho una presencia en las marchas, enfrentando a este agresor que es el Estado”, ¿por qué las violaciones, los femicidios y la explotación continúan? ¿Por qué esa violencia de base se exacerba en el marco de la represión durante las manifestaciones, y aún así el tema no es ni de lejos una de las demandas principales?

Muchas veces a las mujeres se nos abre el espacio para tener unas intervenciones o hacer ver que estamos posicionándonos, pero todo esto se vuelve un circo: ‘mostrémosle a la sociedad que las mujeres están ganando espacios, que están organizadas’; pero en la realidad no pasa nada. Es solamente un show mediático para que los hombres se organicen entre ellos. Eso lo descubrimos después”, explica Alejandra. Cuando servimos para sumar votos “sí somos sujetas de derecho. Pero cuando ponemos las cartas sobre la mesa, sobre la realidad que estamos viviendo, entonces ya no. Ya somos unas histéricas, unas locas. Hay organizaciones que se han denominado feministas, y son reconocidas como organizaciones de mujeres, pero tampoco responden a las problemáticas que estamos viviendo. Entonces se vuelven, dicho vulgarmente, el comité de aplausos de los hombres”.

Alejandra vive en zona fronteriza. “Tenemos unas problemáticas específicas que son migración, trata, explotación en el marco de la prostitución, narcotráfico (…) el narcotráfico va muy ligado con el consumo de los cuerpos de las mujeres”, igual que el conflicto armado. Pero nada de eso parece ser prioritario. Al parecer, la problemática del exterminio de las mujeres siempre puede esperar un poco más.

“Las mujeres tienen mucho que contar, pero tienen miedo”

Habiendo afirmado que políticos y políticas sólo se acercan a las mujeres “para la foto” de campaña electoral, Alejandra pone el foco, finalmente, en las propias mujeres en un sentido colectivo. Señala, puntualmente, la falta absoluta de respaldo por parte de las principales organizaciones autodenominadas feministas (muchas de las cuales aprovecharon la ocasión para promover la reglamentación de la prostitución útil a los intereses del proxenetismo), en un contexto en que “las víctimas de abuso sexual se han escondido, todo se vuelve en su contra, la culpa recae en ellas, nadie las escucha, la familia empieza todo ese proceso de señalamientos, se dice que ella ‘le destruyó la vida a un pobre hombre, héroe de la patria que estaba sirviendo”. La misoginia, explica, está demasiado arraigada, incluso entre muchas mujeres. “¿Por qué tenemos que esperar que nos pase a nosotras, o a alguien muy cercano? ¿Por qué no simplemente nos duele el hecho de que [sea] cualquier mujer?

Ni la clase gobernante ni la clase trabajadora cooptada por los intereses patriarcales de los hombres van a escuchar a las mujeres abusadas, violadas y traficadas de antes y de ahora en Colombia. Los revolucionarios contra la opresión de clase parecen perder todo su interés transformador cuando las mujeres van más allá y ponen en cuestión la opresión sexual: “Las mujeres tienen mucho que contar, pero tienen miedo, porque este paro ha dejado una fractura y es que a la que habla la callan, entonces no hay garantías. Y si ella pone la cara o da información… a una compañera de nosotras la amenazaron”.

Finalmente, Alejandra concluye con una apuesta: “tenemos que empezar a buscar esas organizaciones de base, pequeñitas, que realmente lo sientan y empiecen a sumar y construir, y en algún momento organizarnos y decir, oiga, esto no puede seguir pasando”.

Por Sol Ailén Tobía (@SolTobia)

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