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La “transición” como terapia de conversión

La terapia de reorientación sexual, reparativa o de conversión se basa en pretender cambiar la orientación sexual de las personas homosexuales o bisexuales para intentar heterosexualizarlas, es decir, que encajen en la norma social, disminuyendo sus deseos y conductas homosexuales.

Hoy en día condenadas (bajo el consenso médico de que éstas no sean efectivas y puedan ser dañinas), y en muchas partes ilegales, estas prácticas fueron en su día el tratamiento de elección para la homosexualidad, ya que ésta era considerada una enfermedad o trastorno psiquiátrico.

Los indicios de esta categorización de la homosexualidad como una psicopatología se dieron en la Europa del siglo XIX, dentro de la Psychopathia Sexualis, y desde entonces, las “curas” listadas para ello versan desde la histerectomía, ooforectomía y ablación del clítoris en las mujeres (aunque se conozca menos y, generalmente, fuera más invisible porque ¿cómo no iban las mujeres a amar a los hombres?), hasta la castración hormonal y/o quirúrgica en varones, pasando por la hipnosis, terapias de aversión (como las aplicadas en España durante el Franquismo), electroshock y la lobotomía.

En 1992 la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales y la sustituyó por la orientación sexual egodistónica (que le causa distrés o malestar y quiere cambiar). Hoy, hay quien aborda esto como homofobia interiorizada, y se incluye aquí desde el rechazo a la propia orientación sexual (llegando a recurrir a la propia terapia de conversión), como a intentos más velados de ocultación de la misma.

¿Pero qué tendrá esto que ver con la “transición” y la “transexualidad”?

La terapia de reasignación de sexo, reparativa o conversión de sexo se basa en pretender cambiar el sexo de las personas que intentan escapar del rol sexual que les es impuesto, es decir, que encajen en la norma social ajustándose así a sus “deseos y conductas propias del sexo opuesto”. ¿Os suena?

A diferencia de la homosexualidad, hoy en día todavía avalada por la medicina y por las leyes, la transición es el tratamiento de elección para la inconformidad con los roles sexuales, ya que ésta es considerada una enfermedad o trastorno psiquiátrico.

Los indicios de esta categorización de la transexualidad como una psicopatología se dieron en la Europa del siglo XX, como la Psychopathia Transsexualis, cuando todavía la homosexualidad era considerada una enfermedad. Y, desde entonces, las “curas” incluían, en la infancia, psicoterapias para intentar corregir esas conductas y, si no funcionaban, la castración hormonal y quirúrgica tanto para varones como para mujeres (aunque se conozca menos y, generalmente, sea un proceso minoritario, ya que las mujeres, para escapar a los roles sexuales, han creado el feminismo como movimiento social).

En 2018 la Organización Mundial de la Salud eliminó la transexualidad de la lista de enfermedades mentales y la sustituyó por la incongruencia de género (que le causa distrés o malestar y quieren cambiar). Hoy, hay muchas formas de abordar esto, pero, desde luego, sabemos que como lo aborda la OMS y otras organizaciones de la salud no es, de ningún modo, con perspectiva feminista.

La OMS recurrió a este nuevo término como respuesta a una supuesta petición de despatologización por la que aboga el transactivismo, asemejándola a la que se llevó a cabo con la homosexualidad. Pero, ¿es cierto que se esté despatologizando?

Si habláramos de una verdadera despatologización, deberíamos dejar de considerar la inconformidad con los roles sexuales como algo que requiera un diagnóstico y un tratamiento, es decir, diríamos que es normal para un niño que le gusten vestirse de Frozen, el rosa y que sea amigo de muchas niñas; o para una niña que le gusten los coches, el fútbol y los legos (al igual que decimos que es normal que a un chico le guste un chico, o a una chica le guste otra chica).

O sea, que entenderíamos por fin que salirnos de la norma del género (los comportamientos estereotipados que se asignan a un sexo u otro) no es una patología, sino algo normal (e, incluso, saludable).

Sin embargo, el concepto de “despatologización” que propone el transactivismo pasa porque la “transexualidad” no se considere un problema mental, pero sí médico, que requiere de un diagnóstico de “disforia de género” (con unos criterios diagnósticos muy sexistas, por cierto) y un tratamiento que varía desde la aceptación social exclusiva de tu nueva “identidad y expresión de género al bloqueo hormonal, administración de hormonas del sexo opuesto, llegando a la cirugía genital y de caracteres sexuales secundarios; o sea, la castración hormonal y quirúrgica.

Es curioso que, así como la homosexualidad dejó de considerarse diagnosticable y tratable, la inconformidad con la opresión sexual siga siendo digna de los mismos tratamientos que aplicábamos a la primera, que hoy consideramos absolutamente aberrantes e inhumanos.

A estas alturas, es evidente que hay que estudiar ambos fenómenos de “despatologización”, analizando también los fenómenos de “psicopatologización previos correspondientes. Porque cuando comparamos ambas historias (terapia de conversión – terapia de reasignación de sexo) nos encontramos amplísimas similitudes entre ellas.

Para empezar, el diagnóstico de la “disforia de género”, al igual que el de la homosexualidad cuando se consideraba una enfermedad, se basa en los mismos prejuicios: la homofobia y los estrictos roles sexuales (entre los que se encuentra, por supuesto, la heterosexualidad).

El concepto de “identidad de género” se fundamenta en la idea de que existe una especie de sexo psicológico o género, en que hay patrones de conducta o formas de ser correspondientes a la pertenencia de un sexo u otro, que conforman una identidad o un rol de género que hemos de cumplir, sí o sí. Los hombres tienen que ser masculinos: fuertes, activos (también en su sexualidad), racionales… Las mujeres tienen que ser femeninas: débiles, pasivas (también en su sexualidad), emocionales… O sea, que la heterosexualidad es un pilar fundamental de estos roles.

Vemos cómo en 1974, en la Clínica de Identidad de Género de la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles), en un programa de investigación sobre Transexualidad en la Infancia, se estudiaba a niños preadolescentes denominados como “afeminados” que, a su juicio, cumplían muchos de los patrones de comportamiento de “adultos transexuales”:

Los niños/jóvenes con un status físico masculino normal que manifiestan comportamientos del rol de género femenino y verbalizan una identidad del género opuesto se consideran de alto riesgo de problemas de ajuste posterior en la sexualidad adulta, e.g. transexualismo o conflictos homosexuales.

El objetivo de este programa era el trabajo intensivo con estos niños y sus familias para que estos niños se aceptaran a sí mismos, “voluntariamente”, como masculinos. Porque, en aquél entonces, todavía tenían fe en que, durante la infancia, estos niños “afeminados” y sus conductas “femeninas” fueran corregibles. No obstante, si este rol se mantenía una vez alcanzada la edad adulta (y, recordemos, que este rol incluye la atracción sexual por el mismo sexo, sic. conflictos homosexuales), se permitía y se abogaba por la terapia de reasignación sexual como tratamiento.

Es decir, que, si existía una incongruencia entre el sexo y “el género”, se realizaba una terapia de conversión sexual (cambiar de un sexo al otro porque, si no encajas con un rol de género, has de encajar con el otro) … Que, casualmente, también funcionaba como una terapia de conversión.

Así, el tratamiento de la homosexualidad cuando se consideraba una enfermedad, es lo mismo que se ofrece hoy como “transición”, y se basa en el mismo objetivo: la anulación de la sexualidad libre y el refuerzo de los estrictos roles sexuales.

Parecería que una sociedad más abierta, con menos prejuicios y formalmente menos homófoba habría avanzado un poco y se opondría más firmemente a estos intentos de medicalización de la infancia y adolescencia, especialmente para la protección de las personas homosexuales.

Sin embargo, hoy vemos cómo muchas chicas “masculinas” se ven envueltas en la vorágine del mundo transgénero y sus promesas de felicidad que acarrea la “transición”. En países como Inglaterra, parece haber centenares de mujeres que, tras “transicionar”, descubren que esa inconformidad de género que les habían diagnosticado como “disforia” era, realmente, misoginia y lesbofobia interiorizada, y acaban detransicionando. La falta de apoyo y aceptación a estas mujeres y la falta de referentes lesbianas cuando son niñas y adolescentes puede ser un componente importante a este respecto.

 

Este año, en Inglaterra, se ha hecho público cómo la Clínica de Identidad de Género Infantil del NHS (Sistema Nacional de Salud Inglés) Tavistock había silenciado al personal sanitario que trabaja allí a la hora de expresar su preocupación sobre el bienestar de sus pacientes:

  • Se dice que la derivación de pacientes (menores de edad) a recibir tratamiento estaba haciéndose demasiado rápido.

  • Había padres y madres que expresaron abiertamente que preferían tener un/a hijo/a transgénero que homosexual y estaban “empujándolos a la transición”.

  • Testimonio de una trabajadora de Tavistock: “Puede que estemos medicando a niños/as homosexuales, puede que estemos medicando a niños/as que tienen autismo, puede que estemos medicando a niños/as con traumas psicológicos. Y, si esto es así, estamos haciéndoles algo malo.”

  • El programa Newsnight recopila, en todos los transcritos de advertencias de profesionales de Tavistock, que se alerta de la homofobia en la familia de sus pacientes. Frases como “Al menos no es gay” o un caso en que “una chica que, tras contarle a su familia que era lesbiana, y sufrir bullying y maltrato por ello, se identificó como trans, y le comentó a la terapeuta, abiertamente, “mi madre quiere las hormonas más que yo”” son particularmente llamativos.

En otros países como Holanda, se han dado casos tan graves como el de Patrick, un hombre homosexual que ha solicitado la eutanasia (allí legal) por sentir un profundo arrepentimiento tras haberse sometido a una “transición” hormonal y quirúrgica que le castró y ha dejado con secuelas físicas, mentales y sexuales irreversibles.

Por eso, las feministas no podemos contemplar el género (los roles, la norma de comportamiento, el estatus de inferioridad de las mujeres para con los hombres, las relaciones de dominación-sumisión, la heterosexualidad obligatoria) como una identidad, expresión u opción, sino como una imposición.

Por eso, quienes defendemos los derechos y libertades de las personas homosexuales debemos contemplar la “transición” como una forma de terapia de conversión, y una expresión más de cómo el Patriarcado castiga a quien se sale de su norma, también de la heterosexualidad obligatoria.

La idea de la transexualidad conceptualiza la inconformidad con el sistema sexo-género y con la opresión sexual como una patología que requiere un diagnóstico y tratamiento, y dibuja la “transición” como una “cura”, en vez de fomentar la conciencia feminista y cambio social para que la sociedad deje de ser machista, misógina y homófoba, y acabar con los roles sexuales que nos asfixian a todas en esta sociedad, pero en particular a las mujeres y a las personas homosexuales y bisexuales.

Por desgracia, seguir conceptualizando erróneamente, desde el transactivismo, lleva a la sociedad a revivir las consecuencias y secuelas de la terapia de conversión, de nuevo, bajo el paraguas de la “transición”. Por desgracia, se seguirá dibujando como un “derecho” que te mutilen y causen desajustes hormonales, y que tengas que alterar tu cuerpo de una manera salvaje, para encajar en una sociedad que te pone esto como único remedio a que seas un “maricón” o una “bollera”.

El malestar que genera la opresión sexual sólo tiene una solución: una sociedad radicalmente feminista. Este malestar no requiere diagnóstico ni tratamiento, sólo una conciencia feminista de que la sociedad tiene que cambiar (porque TÚ no estás mal, TU CUERPO no es el problema, el problema lo tiene LA SOCIEDAD).

En definitiva, que tenemos que seguir luchando, porque el Patriarcado debe acabar.

Dos activistas lesbianas marchan en el Orgullo de Auckland, Nueva Zelanda, por acabar con la experimtenación médica, abuso infantil, estereotipación sexista y la destrucción de los espacios de mujeres y de lesbianas. En el cartel pone: “Dejad de dar hormonas sexuales a infantes. Proteged a las lesbianas jóvenes.

Renée Gerlich: “Organisations like RainbowYouth and InsideOut, as well as the Pride Parade, must stop endorsing medical experimentation, child abuse, sexist stereotyping, and the destruction of female-only and lesbian spaces.”

Por Mujeres por la Abolición (@MAbolicion)

 

 

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