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La prisa de la injusticia

El otro día amanecimos con la aprobación por parte de la Mesa del Congreso del trámite para aprobar la llamada ley Trans por la vía de urgencia, invalidando así el debate en el Congreso. Solo PP y Vox votaron en contra. La justificación según la ministra es que las personas englobadas en los colectivos afectados necesitan esos derechos y según la secretaria de Estado es porque con lo que puede quedar de legislatura, con sus procesos reglamentarios, no daría tiempo a su aprobación. Así dejan muy claro que su objetivo es aprobar la dichosita ley y en caso de perder las próximas elecciones, dejarle su ejecución (lo que viene siendo, pasar la patata caliente) al gobierno siguiente, asegurándose así un puesto de heroínas en el cielo color pastel. Si se pone en vigor, por haberla aprobado. Si el PP forma el nuevo gobierno y deroga la ley, tal como aseguró hacer el señor Feijoó, por ser los que luchan por los derechos que la derecha política les roba. Todo son ventajas. Para ellas claro.

Para el resto, la ley supondrá una de las mayores agresiones a la ciudadanía. Una ley que permite el cambio registral sin necesidad de trámites anteriores ni documentación acreditativa. No ocurre igual con otras excepciones a la norma como ser familia numerosa o tener algún grado de discapacidad. Vamos que si yo mañana voy al registro y les digo a los funcionarios que tengo cinco hijos, me pedirán el libro de familia antes de poder otorgarme los derechos que como tal me corresponderían. Sin embargo, si voy y les digo que me llamo Alfonso y que soy un transmasculino, me cambian mi sexo en el DNI en menos de lo que tardo en escribir este artículo.

El primer error de la ley es igualar como categoría jurídica el sexo y el género. Como parece que hay quién no fue al colegio o al menos no a las clases de biología básica, vamos a aclarar detalles. El sexo no se asigna tal y como insiste la ministra y toda la caterva de susurradores que la rodean y encumbran. El personal sanitario que coge al bebé cuando sale del cuerpo de su madre (mujer, la única) le miran y le ven los genitales. Observan su cuerpo y afirman que es niño o es niña. No tachan de ningún cartel colgado en la pared del paritorio que como es miércoles tocan niñas, tengan pito o no lo tengan. El sexo es algo tangible, observable, cuantificable. Porque es una realidad material.

El género por el contrario es una construcción social. Es la forma en la que las sociedades patriarcales (todas, absolutamente todas) diseñan las estrategias para conducir a los seres humanos nacidos en sexos concretos a comportarse, sentir, vestir, pensar, actuar, etc. Supone una imposición a los sexos para que uno de ellos (el masculino) viva y se desarrolle en una posición de poder frente a uno (el femenino) que estará eternamente subordinado. El género no es innato, no forma parte de los pensamientos de los seres humanos ni es algo que esté incluido en el ADN que nos conforma. Es una socialización impuesta y manipulada por todas las vías posibles. El género es mutable, depende de la época, de la situación política y económica, de la religión de los que gobiernan, del clima y de mil cosas más. Tenemos pruebas tangibles que el género en nuestro país, en Nigeria, en Afganistán o en Perú, no es el mismo. Las limitaciones a las mujeres son más o menos compresivas en unos que en otros.

El segundo error es otorgar los sentimientos humanos, las auto percepciones o los gustos concretos, categoría de ley. Una persona trans, operada y hormonada o no, será siempre la persona que nació. Nacido hombre, tendrá la cadera distinta, su corazón será más grande, su masa muscular más abundante y los infartos se presentarán (en caso de darse) con síntomas concretos. Una mujer que se identifique como hombre, será una mujer, tendrá útero, mamas con capacidad de producir leche, caderas diseñadas para la salida de un bebé. Incluso con una doble mastectomía y una histerectomía, su cuerpo seguirá siendo el de una mujer. Porque todo nuestro cuerpo está diseñado en base a ese sexo de nacimiento. Con eso solo quiero decir que no hay tratamiento hormonal que pueda cambiar nuestra naturaleza. Las personas trans que abandonan los tratamientos, vuelven en periodos de tiempo relativamente cortos a tener el aspecto natural que tenía antes de comenzar. La vida se abre paso. No hay quien le ponga peros a la madre naturaleza.

Que una persona tenga preferencias por una determinada actitud, por un tipo de ropa o calzado, que sea esclavo/a de la belleza y de los maquillajes, que le guste hacerse fotos sexys o que aprecie más unos deportes u otros, no cambia quién es. Son meros cambios estéticos, de apariencia hacia los demás. La forma en la que se muestran al resto. Pero eso, no da derecho a promulgar leyes que permitan modificaciones jurídicas que son lesivas para la mitad de la población.

El otro día un joven político gallego, hacía la estúpida comparación de la próxima ley con el matrimonio igualitario o la ley del aborto. También os digo, que no era el primero. Es un recurso con muchos adeptos. La grandísima diferencia entre estas tres leyes es que las dos últimas no restaban derechos, todo lo contrario. Otorgaban los que siempre tuvieron que tener a quiénes les habían sido negados. La ley trans si lo hace.

La experiencia de otros países con leyes parecidas es aterradora. Menores con amputaciones de mamas, hormonadas y despojadas de su dignidad porque algunos médicos, psicólogos y asociaciones en general, impiden que sus problemas emocionales o psiquiátricos, de acoso, de violencia o agresiones sexuales, sean menospreciados, dando como buena la palabra de la o del afectado. Confundir la terapia de conversión con la búsqueda del problema real es tan ilógico que para acallar las voces que lo exponen, se decretan sanciones que tengan a los profesionales silenciados. La terapia afirmativa se ha demostrado como ineficaz y lesiva para los jóvenes. Nadie quiere escuchar a los que han visto cómo sus problemas no mermaban al declararse trans, si no que aumentaban. Infertilidad, depresión, problemas cardiacos, aumento de peso, fallos renales y así un largo etcétera de síntomas que no padecían antes de empezar con los bloqueadores puberales o la hormonación. Saberse enfermos cuando estaban sanos. El dolor que produce ver a una niña de 12 o 13 años con dos cicatrices recorriendo su joven pecho adolescente no tiene comparación. La lista de efectos secundarios es atroz y desmoralizante. Sin embargo, nadie la expone ante la persona afectada. Se oculta para evitar el rechazo.

Mujeres víctimas de violencia machista (la transfobia NO LO ES) tendrán que compartir espacios con señores que llevan pelucas preciosas y lencería de marca. Deportistas que llevan una vida no solo haciendo visible su trabajo si no poniendo a las mujeres en los primeros lugares de sus disciplinas, están viendo como son tiradas de los podios por hombres mediocres en sus categorías que aprovechan (en este caso sí les vale la biología) sus características naturales para comerse con patatas el esfuerzo de las demás. Mujeres en prisiones, tendrán su seguridad puesta en liza por tener que compartir un espacio de confinamiento con delincuentes que se sienten mujeres, que, además, invalidan las estadísticas de criminalidad en el sexo femenino, ya que sus delitos contarán como si fuesen cometidos por mujeres. Y así, con todo. Quién sabe, lo mismo en las próximas elecciones, Irene Montero sea desbancada de su posición por un señor de pelo largo que ocupa el lugar de una mujer en las listas electorales.

Quiero dejar muy claro que las feministas no odiamos a las personas transexuales. Y también que esta ley está siendo criticada por colectivos transexuales por negar su realidad, ya que está diseñada para ser un enorme cajón, donde caben hasta el tato. Por no odiar, no odiamos a los hombres que nos han tenido sometidas desde que aprendieron a ponerse de pie. Pero lo que no podemos permitir es que nuestros derechos, nuestros espacios, nuestra lucha y la vida de nuestros hijos e hijas, sea ninguneada por un colectivo que se ha encajonado en la sociedad a base de talones firmados por las grandes empresas farmacéuticas y médicas. Por señores que tienen los hilos que manejan el mundo colgando de las falanges de sus dedos y pretenden que sigamos siendo marionetas para su placer lúdico y sexual.

El daño que la ley puede hacer a la infancia y la adolescencia (dominados por padres ávidos de notoriedad, donde su crianza podría considerarse maltrato y por la invasión sin límite en las redes sociales de hombretones que venden las bondades de “lo trans”) es hoy ya un dato que podemos medir en otros países. Suecia, Finlandia, Reino Unido y algunos estados de EEUU, están poniendo fin a un delirio que quiere convertir a las nuevas generaciones en enfermos crónicos y mutilados andantes. Recordemos que la mayor clínica de género del Reino Unido va a ser denunciada por mil familias por los daños ocasionados a sus hijos.

Aprobar esa ley nos costará muy caro a todos. Incluso a los que piensan que sus vidas no se verán alteradas. Pero habrá madres escandalizadas cuando sus hijas tengan que ver como un señor que se dice así mismo que es una mujer, hace pis de pie en el baño contiguo al suyo. Habrá padres que llorarán cuando sus nenitas tengan que dejar de jugar al fútbol o les recomendarán que la bloquee la pubertad para transformarla en algo parecido a un niño. Profesoras y maestros, enfermeras y médicos, psicólogas y psiquiatras, endocrinos, todos se tendrán que convertir en la policía del género y aplicar (ya se hace en algunas CCAA) protocolos que chocan con sus principios más básicos de libertad y educación en igualdad.

No permitimos más insultos, más designaciones humillantes, más amenazas por oponernos a una ley injusta y mediocre. Más silencio obligado por temor a represalias o cancelaciones y despidos por decir la verdad. Una ley que nos ningunea y que permite el lujo de definir a las personas por razones acientíficas y con actitudes medievales. Pelearemos hasta el final para que no se apruebe o al menos para que se derogue.

Por Belén Moreno  @belentejuelas

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