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Asesinadas

La semana pasada, en este país, se asesinaron a seis mujeres y a un niño. Todas ellas son víctimas de violencia machista. En este país, la LIVG (malísimamente llamada de “género” porque perpetúa en la jurisprudencia aquello que condiciona a las mujeres y las encorseta en unos roles previamente dictados) contabiliza las muertes a manos de parejas y ex parejas pero está muy lejos de cumplir las expectativas y necesidades de la sociedad, ya que feminicidio es todo crimen cometido hacia una mujer por el hecho de serlo. Siguiendo los datos de la fiscalía, a día de hoy el número de asesinadas en 2021 asciende ya a catorce, aunque realmente son veintinueve (fuente Feminicio.net).

¿Alguien se imagina la reacción social si en una semana se asesinaran a seis futbolistas de primera división? ¿Seis políticos? ¿Seis jueces? ¿Seis periodistas? Las calles estarían rebosantes de manifestaciones pidiendo justicia, actuación policial, sentencias ejemplarizantes y firmes. Las portadas de los periódicos, los telediarios, las noticias de la radio, serían un hervidero de datos, entrevistas a compañeros, a profesionales. Pero no es así cuando las asesinadas somos nosotras. La sociedad se ha acostumbrado a ver morir a las mujeres y a no hacer nada para cambiarlo. Se ha inmunizado.

Lo que no entendemos todavía es que la violencia machista es un problema de todos. Mujeres y hombres. Víctimas y no víctimas. Una sociedad que ve como sus mujeres son asesinadas todos los días y sigue su ritmo con normalidad es una sociedad enferma. Dañada en lo más profundo de sus cimientos. Destruida por la inoperancia de sus gestores, por la indiferencia de sus miembros. Somos ciudadanas con obligaciones (pagamos impuestos, respetamos la ley, vivimos acorde con unas normas de sociabilidad) pero tenemos menos derechos que los demás. Nuestra vida no vale lo mismo que la de otros ciudadanos.

Una de las razones por las que la violencia machista no se ataja de forma más eficaz es el desconocimiento premeditado que existe hacia ella. En este país todavía hay montones de personas que lo único que saben decir ante tamaña barbarie, es que las mujeres han de denunciar. Como si llamar al 016, interponer denuncias fuera la purga Benito y con eso el problema se volatilizase de sus vidas. Es como cuando los titulares de los medios de comunicación recalcan que “la víctima no había denunciado previamente”. ¿Es eso una excusa para dejar de lado lo que le pasa? Por supuesto que no. Es una forma de dejar en manos de la víctima la situación que vive. Ninguno de los que hablan con esa frialdad de un proceso tan terrible como es el maltrato es porque no lo conocen. Una mujer maltratada es una mujer destruida. Emocional, psicológica y moralmente deshecha. El miedo a morir, a ser apalizada nuevamente es tan enorme, que supera todos los demás sentimientos que tiene. Muchas veces ese miedo es superior a la necesidad de alejarse de su maltratador. El conocimiento de experiencias de otras mujeres tampoco ayuda. Una, dos, tres o cuatro denuncias no impide que el asesino persiga incansable a su víctima hasta cumplir lo amenazado mil veces.

Titulares que obvian palabras cruciales y enmascaran la verdad como si la muerte provocada fuese un proceso natural rebajando la trascendencia del suceso, permitiendo al agresor ser tratado como un ser humano que comete un error y provoca un accidente letal. Si a una mujer es apuñalada en el corazón es natural que se muera, pero su muerte no ha sido natural. Lo mismo si la tiran de un balcón, la lanzan desde un coche o la rocían de gasolina para prenderla fuego después. Su muerte no se produce por una enfermedad o por un proceso de desgaste físico. No mueren. Son obligadas a morir.

Que se le den justificaciones a la conducta del maltratador solo sirve para rebajar la intensidad del daño que produce. El paro, el alcoholismo, la drogadicción, la falta de recursos económicos o los celos, no son un eximente. No son más que situaciones que viven millones de personas pero no son la causa del maltrato. El maltratador lo es porque lo es. Esa es su naturaleza, no es un enfermo mental. Maltrata porque se sabe dueño de otra persona. Porque es dominante. Porque es malo. Porque es incapaz de gestionar su ira, su frustración o su capacidad de pensar que las mujeres no son de su propiedad.

Las modificaciones que algunas Comunidades Autónomas están o pretenden hacer de sus leyes de violencia machista tampoco ayuda nada. Una de las solicitudes que hacemos las feministas es que la violencia hay que conocerla, conceptualizar bien su origen para atajar con medidas concretas y evitar el desenlace de cada una de ellas. Cuando dos chicas son golpeadas en el metro por besarse, no es violencia machista, es homofobia. Dar de puñetazos a un gay cuando va por la calle, no es violencia machista. Es homofobia. Si una persona transexual es agredida por la calle, aunque simule la apariencia de una mujer, no es violencia machista. Es transfobia. Cada violencia tiene un origen y el maltrato no afecta a las que “parecen mujeres” si no a las que lo son. Englobar dentro de la misma categoría todos los tipos de violencia solo desvirtúa las políticas y jurisprudencias que deben aplicarse en cada caso.

Qué la extrema derecha y su discurso, que niega la violencia machista, esté creciendo a pasos agigantados, solo provoca más daño en una sociedad ya de por sí estereotipada y prejuiciosa que juzga a las mujeres con raseros muy distintos que a los hombres. El supremacismo masculino que venden, irrumpe en las mentes moldeables de los jóvenes que asumen su poder hacia las mujeres, su papel de machito dominante que tiene que atar cortito a su pareja para que no se le desmande. Aprenden sexualidad con el porno y pretenden que una novia sea suya en propiedad para poderla controlar.  

Necesitamos con urgencia que nuestros políticos, jueces, agentes sociales y ciudadanía en general, tengan un conocimiento preciso y actualizado de qué es, cómo se produce y como atajar la violencia machista. También precisamos de financiación suficiente para llevar todo esto a cabo. No nos valen los tuits de pésames, no nos valen caras de compungimiento en la televisión por parte de la responsable máxima del ministerio, no sirven los datos soltados como una estadística de números que no conducen a nada. Hay que educar con firmeza, hay que ser duros judicialmente. Hay que conocer a los maltratadores para que la sociedad los cerque, los aísle. Hay que proteger eficazmente a las víctimas en todos los ámbitos, hay que impedir que los maltratadores vean y se relacionen con sus hijos, porque ningún maltratador es buen padre y así no darle oportunidad de ejercer esa monstruosa clase de violencia (vicaria) que siega la vida de los menores para dañar a sus madres.

Mientras la ministra de Igualdad pedía perdón a los colectivos trans, casi con lágrimas en los ojos, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, por no haber logrado tramitar una ley que reconozca unos derechos que ya tienen, los derechos de las MUJERES de este país se cubrían con la sangre de las últimas seis asesinadas.

Nos están asesinando. Nos violan, nos pegan, nos maltratan. Ejercen violencia psicológica contra nosotras hasta que no somos más que espectros que caminan por el mundo esperando ser una más en la larga lista de muertas. La violencia machista es un problema social de una magnitud inmensa que no se valora con el rigor que merece. Hay que pararla. Ya. Sin más dilación.

Si nos tocan a una nos tocan a todas.

Por Belén Moreno  @belentejuelas

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