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Violencia obstétrica o cómo perpetuar la apropiación de las mujeres

¿Cómo han dado a luz las mujeres, quién las ayudó, cómo, por qué? Estas preguntas no se refieren simplemente a la historia de parteras u obstetras: son preguntas políticas. La mujer que aguarda su período o en el comienzo del parto, o la que yace en la mesa soportando un aborto o empujando un hijo que nace; la mujer que se inserta el diafragma o traga la píldora diaria, hace todas estas cosas bajo la influencia de siglos de letra impresa. Sus elecciones -cuando tiene alguna- se hacen o se proscriben en el contexto de las leyes y los códigos profesionales, de las sanciones religiosas y de las tradiciones étnicas, de cuya elaboración las mujeres históricamente han sido excluidas.”

-Adrienne Rich

 

El trato inhumano contra las mujeres en el marco de la atención ginecológica y obstétrica es una constante que se manifiesta todos los días, y tiene unas raíces más profundas y antiguas de lo que podríamos pensar. No se trata tanto de casos aislados y eventos desafortunados como sí de todo un conjunto de prácticas rutinarias y naturalizadas cuyo fundamento, por inocentes que parezcan, es fuertemente misógino.

Los obstetras realizan de manera rutinaria episiotomías, consistentes en cortar la piel y los músculos que rodean la vagina para agrandar el canal de parto y acelerar la salida del bebé. Estas prácticas provocan serios desgarros y han llegado a ser catalogadas como una forma de mutilación genital de la mujer. Otras maniobras corrientemente aplicadas por los obstetras de manera abusiva son la maniobra de Hamilton (tacto vaginal con movimiento circular del dedo que produce dolor y posibles sangrados), la maniobra de Kristeller (presión con los puños o el antebrazo sobre el fondo uterino para que descienda la cabeza del bebé que aumenta la posibilidad de desgarro uterino y rotura de vísceras); la amniorrexis (ruptura provocada del saco amniótico), los partos inducidos, provocados antes de que comiencen de forma natural las contracciones uterinas con la administración de oxitocina a las pacientes, y las cesáreas programadas. Francisca F. Guillén, abogada perteneciente a la Asociación El Parto es Nuestro, señala que, según el sistema de evaluación y revisiones científicas Cochrane, sólo el 10% de las intervenciones obstétricas tienen justificación real. (1)

Además, afirma que el control de la medicina sigue estando en manos de hombres, que son quienes dominan la cúspide del complejo médico-farmacéutico-académico en lo que constituye un sistema “heredero de un modelo profundamente misógino, autoritario y muy jerarquizado” en el marco del cual existe un proceso de amaestramiento, despersonalización, cosificación e infantilización de las mujeres que se extiende desde las visitas prenatales hasta el momento del parto. Al final de este proceso, dice Francisca Fernández Guillén, la parturienta queda reducida a un cuerpo sin alma y un simple campo de trabajo quirúrgico con la excusa de la obtención de un feto vivo.

La autora define al paritorio como un escenario representativo de un fenómeno de negación-apropiación patriarcal del cuerpo y las capacidades creadoras de las mujeres:

Estamos semidesnudas, en presencia de extraños, muchas veces solas, en espacios que nos son desconocidos y en los que no ejercemos ningún poder, en posición de sumisión total: con las piernas abiertas y levantadas, tumbadas contra la espalda, con los genitales expuestos, y está en juego nuestra vida y la de nuestros hijos. La apropiación por parte del sistema médico del fruto de nuestro cuerpo (los hijos) y de nuestra razón (la toma de decisiones) no sólo es simbólica y temporal.

(Fernández Guillén, 2015)

Algo similar expresaba Adrienne Rich(2) en 1976:

No pudo inventarse una imagen más devastadora para ilustrar el cautiverio de la mujer: envuelta en sábanas, en posición supina, drogada, atada por las muñecas y con las piernas colocadas en estribos, en el preciso momento en que está trayendo la vida al mundo. Esta “liberación del dolor”, como la “liberación sexual”, coloca a la mujer físicamente a disposición del hombre, restando posibilidades a su propio cuerpo. Aunque de ninguna forma alteran su sujeción, tales prácticas pueden presentarse como progresivas.

(Rich, 1976)

 Una investigación llevada a cabo en la ciudad argentina de Rosario para evaluar la atención ginecológica y obstétrica recibida por mujeres de barrios pobres en centros médicos públicos reveló que la degradación y la crueldad en el trato son efectivamente una constante (3). El informe, titulado “Con todo al aire”, puso en evidencia unos cuantos patrones de desprecio y manipulación de las mujeres y algunas ideas que impregnan la práctica médica: que el sufrimiento de las mujeres no es lo suficientemente importante, siendo interpretado como producto de exageraciones o conductas “histéricas”, algo que debemos soportar como destino natural en tanto la mujer-madre debe ser abnegada y sacrificada; que las mujeres debemos pagar un precio o cumplir con un castigo por tener relaciones sexuales, y que ese castigo es, al parecer, el dolor en el parto.

En sus testimonios, las mujeres declararon haber recibido frases de descreimiento y burla consistentes en la infantilización o cargadas de nociones de castigo por haber mantenido relaciones sexuales. Los médicos acusaban a estas mujeres de ser “nenitas de mamá” cuando manifestaban sufrimiento en el proceso de parto, tildándolas de quejosas y exageradas; o les dirigían frases como “si les gusta coger se tienen que aguantar ésto porque es menos doloroso”, “Te gustó lo dulce, ahora aguantate lo amargo”. Muchas otras reportaban haber sido tratadas como “fenómenos” e instrumentos de estudio, siendo revisadas y manoseadas por varias personas a la vez (en general estudiantes) sin haber sido previamente consultadas al respecto por los médicos.

Además, obstetras y ginecólogos acostumbran a violar nuestro derecho a la información y el libre consentimiento informado. Los testimonios recogidos dieron cuenta de una desvalorización o invalidación de la palabra de las mujeres y de sus opiniones o saberes acerca de su propia salud. De este modo, nos encontramos con médicos que decidieron por sus pacientes, delante de ellas, las fechas de sus operaciones sin siquiera consultarlas o informarlas, con casos de aplicación de fórceps al bebé en el momento del parto sin que la madre consintiera ni se enterara, por estar desvanecida, acarreando complicaciones en el crecimiento del niño; o, también, con médicos que practicaban ligaduras de trompas aprovechándose del estado de desvanecimiento de la paciente para pasar por alto su voluntad.

En los casos en que las mujeres son sospechadas de haberse practicado un aborto, la actitud condenatoria y controladora de las mujeres y sus decisiones también se hace patente. Este tipo de situaciones adquiere un carácter particularmente especial en Argentina por la ilegalidad y la penalización del aborto prescritas por nuestra legislación. Entre los testimonios se contaban mujeres con pérdidas que se veían obligadas a esperar en la sala de espera mientras estaban literalmente desangrándose (en uno de los testimonios la paciente narra que luego de una hora de no ser atendida debió irse a otro hospital), mujeres a las que los médicos y enfermeros trataron “como si fuera una asesina” por acudir al hospital, también, mientras sufrían pérdidas, médicos que al recibirlas en estas condiciones daban por hecho que se habían practicado abortos y las amenazaban con llamar a la policía o efectivamente lo hacían. En este contexto, las mujeres que efectivamente han abortado y sufren complicaciones se ven puestas “en la mortífera disyuntiva de salvar su vida a riesgo de ser denunciadas, amenazadas o maltratadas”.

Manifestaciones llamativamente similares de violencia verbal, manipulación, sometimiento y maltrato fueron reportadas por mujeres españolas, mexicanas y de muchos otros sitios del mundo. Muchas de ellas asumen este tipo de situaciones como algo natural, habitual y que deben, por lo tanto, resignarse a tolerar. Como si fueran sólo los médicos, y no nosotras, quienes saben y a quienes debemos encomendar el poder de acción y decisión sobre nuestros propios cuerpos.

A esta altura, deberíamos preguntarnos si es verdaderamente cierto que la violencia obstétrica y  ginecológica es una práctica natural o un precio a pagar; un accidental descuido por parte de un personal médico atareado y altamente capacitado que sólo peca de hacer un uso demasiado técnico y deshumanizado de sus saberes; o, cuanto mucho, un mal que caracteriza a la medicina en general, afectando sin distinciones a hombres y mujeres.

La respuesta puede intuirse a partir de lo ya desarrollado. De ello pueden deducirse dos puntos que es importante destacar: en primer lugar, como bien señala el informe “Con todo al aire”, la violencia obstétrica es una realidad que se descarga específica y exclusivamente sobre las mujeres, ya que son ellas quienes se embarazan, paren, acuden a consultas ginecológicas, se realizan abortos y sufren sus consecuencias. Todas estas acciones y funciones competen exclusivamente al sexo femenino, en especial a sus capacidades reproductivas, precisamente aquellas capacidades en cuya apropiación se fundamenta el patriarcado y en función de las cuales se erige la estratificación sexista de la sociedad. 

Por último, este tipo de violencia no es ni ocasional, ni eventual, ni tampoco accidental. Como pudimos ver, es una modalidad que por la frecuencia con la que se manifiesta y por ser una constante que se repite en distintos países de manera estandarizada califica como una práctica generalizada y sistemática, con un arraigo profundo en las bases patriarcales de nuestra sociedad.

 

Por Sol Tobia (@SolTobia )

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(1) Fernández Guillén, Francisca, ¿Qué es la violencia obstétrica? Algunos aspectos sociales, éticos y jurídicos, 2015, pág. 117.

(2) Rich, Adrienne, Nacemos de mujer, 1976, pág. 235

(3) CLADEM, INSGENAR, Con todo al aire, 2003

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