Ayer, 19 de junio, fue el día contra la violencia sexual en los conflictos armados y me parecía interesante a la par que necesario hablaros de las mujeres de confort. La primera vez que leí algo sobre ellas mi reacción fue involuntaria, la piel se me erizó y sentí que la cruel realidad de estas mujeres me presionaba un poco el pecho. Cuando me recuperé del estupor, caí en la sorpresa.
¿Cómo podía ser que esto no apareciera en los libros de historia? El tiempo (y el feminismo) me
han respondido a esta pregunta: las víctimas eran mujeres y eso las relega, directamente, a un segundo plano.
Mujeres de confort no es más que un eufemismo utilizado para referirnos a auténticas esclavas sexuales del Ejército Imperial Japonés. Mujeres y niñas que fueron llevadas desde el año 1931, año en el que se abrió el primero de estos centros y hasta el año 1945 cuando Japón perdió la II Guerra Mundial a centros de confort para obligarlas a prostituirse en pro del Ejército. No os creáis que era algo que llevaban en secreto. Regularon mediante leyes cuántas mujeres debía haber por cada soldado, los horarios, los precios según rango, las revisiones
médicas… ¿El objetivo? Realmente había varios, uno de ellos reducir el número de soldados contagiados por ETS que causaban numerosas bajas que a su vez debilitaban al ejército, ETS que los soldados contraían cada vez que conquistaban un territorio ya que la mayor diversión de estos era violar a cuantas más niñas y mujeres mejor. Para esto buscaban a niñas vírgenes y las sometían a rigurosos exámenes médicos semanales para asegurarse que no podían contagiar a ningún soldado. Este objetivo se encontró una traba, entre otras muchas, y es que los portadores eran ellos.
La gran mayoría de mujeres de confort sufrieron las consecuencias, con el tiempo, de las enfermedades de transmisión sexual que contrajeron en estos centros, tanto es así que muchas de ellas quedaron estériles.
Otro de los objetivos de estos centros era subir el ánimo de los soldados. Bien es sabido que para eso servían las mujeres. Podemos observar la cosificación llevada a su punto álgido, observando a las mujeres como meros instrumentos; primero para controlar las ETS y segundo para subir el ánimo de las tropas tras una mala batalla. Pero es que además, usaban a las mujeres como arma contra el ejército contrario, así, lanzaban un mensaje claro, directo a la honra: “nos estamos follando a vuestras mujeres”. Porque eso eran, eso éramos las mujeres, meras propiedades que mancillar para debilitar al rival.
Cuando cerraron los centros, cuando las mujeres fueron “liberadas” se encontraron con numerosos problemas. No podían volver a sus casas porque sentían vergüenza, vergüenza de lo que les habían hecho otros, porque sus familias jamás lo entenderían. Y sentían mucho miedo. Muchas llevaban años fuera de su país de origen, otras muchas, cuando fueron liberadas, ni siquiera sabían donde estaban, ¿dónde iban a volver?, se sentían completamente fuera
de todo lugar. Algunas consiguieron, a pesar de la culpa y de la vergüenza, rehacer sus vidas, casarse, tener hijos pero siempre sintiendo que llevaban escrito en la frente lo que eran: mujeres de confort. Así, vivieron con miedo de que sus familias las descubrieran… se iban haciendo mayores, pero si algo no cambiaba era ese peso en los hombros que nos las dejaba caminar livianas. De pronto, un día, una de ellas rompió el silencio. Ella era Kim Bok-dong, el punto de partida de la lucha de las “confort woman”. Desde aquí aplaudimos su valentía, esa que empujó a muchas a liberarse de la culpa, de la vergüenza y a comenzar a levantar la cabeza y mirar al futuro con dignidad, esa que intentaron robarles. A partir de aquí, muchas mujeres se abrieron en canal con sus familiares, con sus maridos, con sus hijos e hijas y se desencadenaron una serie de manifestaciones con un único objetivo: el perdón. No quieren compensaciones económicas, únicamente quieren morir en paz sabiendo que se ha reconocido públicamente la atrocidad a la que fueron sometidas y habiendo recibido un perdón que si bien llegará tarde, al menos llegue. Y en esas siguen. Porque 70 años después, seguimos siendo víctimas de segunda.
Cuando veo documentales, y las escucho, vuelve esa sensación que me aplastaba el pecho la primera vez que las descubrí, especialmente porque no ha dejado de ocurrir. Las violaciones en tiempos de guerra son una realidad tristemente innegable. Las mujeres no solo están expuestas a la violencia y la devastación inherentes a toda guerra sino que también a formas de violencia dirigidas específicamente contra las mujeres. Ya lo dijo Patrick Cammaert, el ex comandante de las fuerzas armadas de la ONU en el este de la República Democrática del Congo: “En un conflicto armado, hoy es probablemente más peligroso ser una mujer que un soldado”.
Ojalá la lucha de las mujeres de confort, su valentía y su entereza, sean el empujón del cambio que necesitamos, y un primer paso hacia la libertad, condición sine qua non para poder comenzar a hablar de igualdad.
Por María @_feministamente
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