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SER

FOTO: GTRESONLINE

 

Hace unos días nos encontramos con la noticia. Vuelve Miss España. En algunos medios se hacían la siguiente pregunta: En la era feminista ¿Qué hueco tiene ahora un certamen así?

La mayor condena para una persona es no ser, que le sea arrebatado. Perderlo no solo es la muerte física, sino la terrible tortura de vivir sin esencia y, quizá, sin posibilidad de encontrarla.

La mujer fue juzgada y sentenciada desde la oscuridad de los tiempos y no por una inteligencia superior, ni por el gran hacedor, ni siquiera por la Justicia divina o poética. Fue su igual, el hombre, el que para dejar de serlo, se sirvió de todas las armas en su haber para poder arrebatar a todas y cada una de las mujeres lo que nos hace y nos vive, el ser.

El hombre, durante toda la existencia, ha ido utilizando todo su poder en cada etapa, en cada era, para intentar tener el ser de la mujer en su puño y, si no llegar a destruirlo del todo, (obtuso, todavía quiere ignorar que eso es imposible), sí aplastarlo, doblarlo, ensuciarlo, vapulearlo y reducirlo a la mínima expresión. Como si el solo pensamiento de robarlo no fuera suficiente aberración.

Desgraciadamente, muchas de esas formas de torturas han pervivido, transformándolas, combinándolas, separándolas según la mujer las iba descubriendo y luchando contra ellas y sus hacedores, hasta que muchas se han camuflado e incluso casi nos han distraído para hacerse pasar por parte de ese ser que quieren arrebatar, es una máxima: no hay mejor manera de destruir que desde dentro.

En esta guerra, la mayor de la Historia, el hombre, al establecerse con una enorme ventaja, incluso consigue secuestrar la Realidad y lo que la conforma para sustituirla por sus señuelos y artimañas: los Bueno, lo Justo, lo Verdadero y lo Bello son en realidad constructos masculinos usados como sogas para hacerse con el ser de la mujer.

Se nos otorgó en posesión la belleza, nos hicieron musas, ideales, modelos… Pero, siendo una farsa, un arma creada por el hombre, nos ha ido hiriendo y arrebatando poder, orgullo y durante siglos cayendo sobre una losa sobre nuestra esencia.

El hombre ha ido cambiando las condiciones de esa belleza, (que se suponía inmutable), sus valores y, sobre todo, sus apariencias. Porque eso es su belleza, mera apariencia.

Ha hecho que la belleza impuesta rija el arte, la religión, la fisiología, la justicia, el amor, el saber… y, cuando todo eso ya pasó a ser completamente secundario, el dinero y los negocios.

La mujer solo tenía valor, solo era, cuantos más de los atributos dictados poseía. Por lo tanto, se ha obcecado, obsesionado, enfermado, mutilado, vendido y suicidado por esa lista que el hombre ordenaba con ojo estratégico.

Las mujeres hemos tenido que tener aspecto de diosa de la fecundidad, de sabina esperando a ser raptada, de hiératica esfinge, de generosa madonna y, por supuesto, de la esclava más ardiente y servicial, cuyos atributos no son ni de su propiedad, son de su amo y señor.

Cuando las mujeres valientes de la segunda mitad del siglo XX gritaron a los cuatro vientos cuál era la Verdad, la Justicia, la Bondad y la Belleza, cuando la mujer comenzaba a exhibir su ser delante del hombre asustado; este, gracias a su arma de destrucción masiva llamada capitalismo, con grandes monedas dibujó una nueva belleza.

La segunda mitad del siglo XX se puede contar entre la lucha de la mujer que ha recuperado la voz de su esencia y brama contra el hombre, y la lucha de la otra mujer contra sí misma ante el espejo, porque queríamos éxito, queríamos una carrera, queríamos triunfar, queríamos todo lo que nos es negado, porque todo se conseguía si poseíamos belleza, (que el hombre penaba que a él era negada), aunque fuera artificial, (claro, la ciencia también era suya).

Incluso hay que agradecerle que nos dé esa grandísima oportunidad y cuando él se enfada, arrepentirnos de haberla usado, por lo que, al final, todo lo conseguido por la belleza por él impuesta, siempre serán logros de segunda de los que incluso es mejor no hablar, a no ser que sea la propia beldad la que nos proporciona el beneficio. Para eso sí estamos capacitadas. Además, la mujer admira la belleza de la mujer, o la envida, o como la admira la envida. Y así, el hombre ha vuelto a poseer, maltratar, usar y violar la belleza que él mismo crea y, al mismo tiempo, tener el ser de la mujer bajo su yugo una vez más.

Pero nuestra esencia se revuelve, grita y planta cara, da igual lo hundida que esté. Lleva siglos haciéndolo. Y ahora que muchas de nosotras poseemos otra condición que nos fue negada, la libertad, hemos roto espejos, seguimos haciéndolo, y quemando listas, destruyendo las mazmorras desde sus pilares.

Porque la belleza es inherente al ser, pero es el ser el que la posee. Y a todas y cada una les será devuelto su ser, su esencia, toda su identidad como mujer.

 

Por @chopitosmum

 

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