No es necesario ser una experta economista para saber que en todo negocio debe haber una oferta y una demanda. El valor de la oferta depende de la demanda que solicite ese producto o servicio. También sabemos que a veces es la propia demanda la que genera la oferta, así actividades que morirían irremediablemente ante la ausencia de clientes, renacen cuando quien gestiona ese negocio es capaz de crear la necesidad de obtener dicho producto o servicio.
En la explotación de las mujeres, la demanda es clave para determinar la oferta. Por mucho que se empeñen en hacernos creer que son las propias mujeres quienes se ofrecen y libre y voluntariamente a realizar esos servicios, sabemos positivamente que la mayoría de mujeres no desean ser explotadas ni sexual ni reproductivamente, por hombres en el primer caso y por todo tipo de personas en el segundo. No obstante, no podemos decir lo mismo de puteros ni de tratantes de bebés. Esta gran diferencia entre oferta y demanda es lo que genera la explotación masiva de mujeres pobres y en estado de vulneración social, mujeres mayormente inmigrantes o ciudadanas del sur global.
He de puntualizar que la demanda en el caso de los vientres de alquiler no es masiva, pero si hay una diferencia muy considerable entre la demanda y la oferta altruista, inexistente desde mi punto de vista, que nos venden en los medios de comunicación y las asociaciones favorables a esta monstruosa práctica.
Si observamos los países donde la legislación es favorable a la compra de bebés encontramos naciones tan dispares como Reino Unido y la India. Países no especialmente feministas pero sí muy diferentes en cuestiones económicas. En Reino Unido las personas viven relativamente bien, tienen llenas sus despensas y casas con agua caliente; mientras, en la India las despensas están llenas de telarañas, si la tienen, y las comodidades caseras están reservadas a las personas con un alto nivel adquisitivo. Ya tenemos las dos partes necesarias para que el negocio funcione. Personas de países ricos que quieren un producto y personas de países pobres que necesitan vender lo que sea para vivir con algo de dignidad.
Si analizamos el contexto podemos observar un vínculo apenas perceptible en este asunto. La infertilidad va en aumento. La calidad del aire, el estrés, incluso nuestra alimentación basada en productos muy elaborados, poco naturales y sanos son algunas de las causas de esta aumento de infertilidad en las personas. En España el porcentaje se estipula entre el 15 y el 17% de la población en edad fértil.
A este dato hemos de añadir el invento del sistema de hacernos creer que la felicidad consiste en tener una familia con hijos e hijas de nuestra sangre, sanos por supuesto. Y este invento acaba siendo entendido como una necesidad para conseguir la dicha plena de un ser humano.
Ya tenemos dos elementos clave: la necesidad y la imposibilidad. Ahora falta convertir en víctima al victimario. ¿Cómo se consigue? Muy fácil: apelando a la subjetividad, al plano emocional, que parece que valide cualquier perversidad humana siempre que lo que se desee conseguir sea en nombre del amor.
¿Recuerdan cuando bombardearon Londres, atacaron Barcelona? Mucha gente empatizó con las víctimas y las redes se llenaron de banderas y expresiones de solidaridad. Esta reacción masiva no se repite cuando los ataques suceden en un país lejano del sur, un país sumido en la miseria. Exactamente como ocurre en la explotación reproductiva. Empatizamos con personas europeas, bien posicionadas, cercanas y entendemos su dolor y su necesidad de ser padres o madres, pero los sentimientos, emociones y circunstancias de la mujer que renta su útero son invisibles, ella lo hace porque quiere. Y nos damos palmaditas en la espalda mientras repetimos consignas como: las mujeres son libres para hacer con su cuerpo lo que quieran. Y así lavamos nuestra conciencia y dormimos tranquilas.
La película que nos venden cada día, en los medios, de famosillos que compran criaturas y las exhiben como pavos henchidos de orgullo, que se les llena la boca con palabras de agradecimiento a la mujer que explotaron, despiertan nuestra compasión y aceptación. Mientras que la madre explotada, que nadie conoce, pasa desapercibida y no copa ni un segundo de nuestro pensamiento ni estimula nuestra empatía, simplemente no existe. Es un ente imaginario, nunca una víctima, si acaso una heroína generosa y desinteresada que por amor al arte ha ayudado a unos desconocidos a conseguir la satisfacción de poseer una criatura sangre de su sangre. Lo peor de todo es que nos lo creemos.
Mi compañera Ana Trejo Pulido en un extraordinario dossier sobre las madres explotadas dice: <<La madre no es un contenedor aséptico dentro del cual se desarrolla el feto como si estuviera en una cápsula. La madre es el primer hábitat de la criatura.>>.
En esta película de terror donde el victimario es convertido en víctima yo concluiría con esta frase:
<< Era una mujer tan pobre, tan pobre, tan pobre que como no tenía nada que vender, se vendió a sí misma.>>
Por Inma Guillem (@SAGATXU )
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