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Cuando el machismo decide

Hace pocos días, el Tribunal Supremo de EEUU anuló la protección del derecho al aborto en su país, vigente desde 1973. Esa sentencia deja libertad a los estados a legislar individualmente el derecho de las mujeres a elegir su propia maternidad y por extensión su propia sexualidad. En poco más de veinticuatro horas, nueve de los estados (Alabama, Misuri, Oklahoma, Arkansas, Kentucky, Luisiana, Dakota del Sur, Utah y Wisconsin) lo prohibieron tajantemente. Se estima que al menos la mitad del país, impondrá medidas más o menos restrictivas a un derecho natural de las mujeres que es el de decidir sobre su propio cuerpo.

En uno de estos estados, un niño de doce años puede recibir un rifle como regalo de cumpleaños, pero su madre que padece una enfermedad crónica e incompatible con un embarazo, pondrá su vida en riesgo si vuelve a quedarse embarazada o tendrá que gastar miles de dólares para llegar a uno de los estados dónde todavía abortar es legal. En otro de esos estados, un joven de veinte años, mediocre en sus marcas deportivas, que una mañana se dijo a sí mismo que era una mujer, podrá robar el podio a las chicas de un equipo de natación que llevan una vida luchando por llegar a conseguir una medalla. Pero una joven sin recursos, que malvive en una colonia de caravanas, violada en un callejón de un pueblo cualquiera tendrá que criar el hijo de su violador porque no dispone de recursos para escapar a otro lugar. Recordemos que, una de cada seis mujeres estadounidenses, admiten haber sido violadas, muchas de ellas en centros universitarios, es decir, sus agresores no son delincuentes tradicionales, sino los próximos profesionales que harán más grande su país. No van a permitir abortar a una madre desfavorecida y socialmente vulnerable, que ya no puede alimentar a sus dos o tres hijos, pero la empujan a someterse a un embarazo forzado para satisfacer un deseo que el dinero ha convertido en derecho. Y así un larguísimo etcétera de casos que pueden surgir en la vida de una mujer.

EEUU se postula como la primera potencia mundial y los gobiernos de su élite (entre ellos el nuestro) así lo corroboran. ¿Se puede un país llenar la boca de aires de libertad cuando niega a las mujeres sus derechos más básicos? Les acaban de demostrar desde el Tribunal Supremo, que las mujeres norteamericanas no son tan ciudadanas como los hombres.

Me gustaría dejar muy claro que tomar la decisión de abortar es muy duro, realmente muy difícil. No es algo que todas hagamos a diario ni que se tome a la ligera. Es realmente una lucha interna que cada una de las mujeres que se ven en esa tesitura, debe librar consigo misma. Ningún hombre, por mucha empatía que tenga, por mucho que sienta que está al lado de la mujer y que apoya incondicionalmente este derecho, puede comprender. Nunca se verán en esa situación ni tendrán que superar lo que viene detrás de esa intervención que en muchos casos puede salvar la vida. Es muy fácil hablar desde el desconocimiento, desde el lado cómodo de la sociedad y decir que tener hijos es cosa de dos, por lo que la decisión ha de ser de ambos. Qué curioso que se utilice ese argumento cuando hay millones de niños de todo el planeta, criados en exclusividad por sus madres porque los “papás” se desentendieron de ellos. No era el momento de ser padres y cómo la que tiene el bebé dentro eres tú, te comes el pastel tú solita.

Esta decisión de la corte suprema, es una demostración de control. Del control machista y patriarcal de unos hombres que imponen que las mujeres sean encapsuladas en normas viriles hasta en sus más íntimas y personales circunstancias. Es odio. Un odio ancestral, cromosómico, visceral, perpetuo y represivo. La necesidad vital de dominar a las mujeres, de adueñarse de nuestros cuerpos para diseccionarlos en trozos pequeños y engullirnos como los voraces depredadores que son. No permitir que seamos las que gestionemos nuestras más personales decisiones. Ese control férreo de las mujeres está llevando a la sociedad a situaciones distópicas, que limitan con el absurdo y que niegan la más básica de las lógicas en una vida social normal.

Decía Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Y me pregunto ¿qué crisis ha sido esta vez? ¿La guerra de Ucrania, el precio del gas, la subida de impuestos, la bajada del poder adquisitivo, la quema de árboles o el calor? No hay excusa política ni económica para robar un derecho a las mujeres. Hay excusa patriarcal. Machista y misógina.

Como decía la filósofa francesa, no tenemos derechos que permanecen. Tenemos que luchar cada mañana, según ponemos los pies en el suelo, para no perder los que ya se han conseguido. Y ¿por qué hay que hacer ese descomunal esfuerzo a diario? Porque las mujeres no tienen derechos como los seres humanos que somos. No de forma natural. No por nuestra mera existencia. Son derechos conseguidos a base de luchar incansablemente durante los últimos trescientos años pero que están sujetos a que un grupo de hombres pensantes decidan cortar. Eso simplemente ocurre porque no se considera que las mujeres seamos ciudadanas en igualdad de condiciones. Estamos siempre siendo observadas, controladas y coartadas.

Ser mujer es el trabajo más duro, más largo, más ingrato y más desdichado que existe. La sociedad te advierte en cada esquina que si tienes algo es porque hay unos hombres poderosos que fueron benévolos y nos dejaron existir. Pero como tales hombres poderosos tienen la potestad de quitarte aquello que llegado a un punto les moleste. Y eso han hecho porque en este planeta, los hombres ostentan todos los poderes.

Controlar la maternidad es controlar a la mitad del mundo. Si los hombres pueden decidir cuándo, cómo y dónde las mujeres son madres, le están diciendo que están controlando cómo viven, cuándo viven, dónde viven y en qué manera viven. La maternidad es esa facultad que, asignada por nuestra biología, nos somete a los dictados de la sociedad. Una mujer con hijos, dedicará menos horas a su carrera profesional, cargará con el 85% de las tareas domésticas, limitará sus relaciones sociales, ganará menos dinero porque reducirá sus horas laborales por el bien de sus hijos, se apartará de la sociedad activa durante tanto tiempo que los hombres tendrán vía libre para pasar por encima de ella. Nos susurran al oído que somos de su propiedad porque son ellos y solo ellos los que legislan sobre nosotras. El camino de la vida de las mujeres ha sido trazado de antemano. Nos pintan los pasos por los que debemos pisar y si se nos ocurre salirnos de la línea de puntos, siempre habrá un hombre que se ponga delante para no dejarnos seguir andando fuera del redil.

Millones de mujeres sufrirán las consecuencias de la misoginia de unos pocos jueces. Hoy es el aborto o el borrado jurídico, estadístico y legal que suponen las leyes de auto identificación de género y que están negando hasta nuestra mera existencia biológica y nuestra orientación sexual. ¿Llegará el día en que ser mujer sea tan irreal que nuestra única representación sea la imagen en un museo?

Por Belén Moreno  @belentejuelas

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