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#JusticiaPorVictoria ¿A quién le importan las mujeres asesinadas?

Victoria, una mujer salvadoreña, fue asesinada por cuatro policías el pasado sábado 27 de marzo en Tulum, México. Los medios locales detallaron que fue tirada al suelo y que le quitaron la vida por asfixia, a causa de la presión ejercida por la rodilla de uno de los efectivos de la Policía Municipal. Detallan, también, que los últimos actos de Victoria consistieron en pedir una ayuda que nunca llegó y en proferir unos gritos que en nada detuvieron a sus asesinos en esa avenida a plena luz del día.

No es la primera vez que las noticias internacionales dan cuenta de una maniobra por el estilo. En todo el mundo, es sabido, la policía le agarró hace rato el gusto al hábito de asesinar pobres y migrantes; hombres y mujeres negras; mujeres en general. Todavía hay quienes se sorprenden y se ven en la necesidad casi estupefacta de reconocer que “la policía no nos cuida”, como si alguna vez el fin práctico del brazo armado del Estado hubiera sido cuidar a quienes, en efecto, sirven explotados y deshumanizados a los ojos de la opinión pública.

Y si el proletariado padece como nadie la brutalidad policial, cabe preguntarnos qué nos queda a las mujeres. Ya decía Flora Tristán que hay alguien aún más explotada que el obrero, y que esa persona es precisamente “la mujer del obrero”. Algo sugieren también las estadísticas. Por poner un ejemplo, para fines de febrero el Estado femicida argentino exhibía un saldo de casi cincuenta mujeres asesinadas. A principios de ese mes, ya se calculaba que uno de cada cinco femicidios en este país son cometidos por miembros de las fuerzas policiales.

Aún no se cumplió un año del asesinato de George Floyd en Minneápolis y a muchas de nosotras nos fue inevitable evocar aquel episodio al oír sobre el asesinato de Victoria el pasado sábado. La misma maniobra, perpetrada nuevamente por la policía; el mismo desprecio por sus vidas; una carga de prejuicio y estigma probablemente similar. Pero, por el contrario, unas reacciones sociales bastante disímiles. El estallido por el asesinato de Floyd tuvo un eco mediático implacable alrededor del mundo y una fuerza potencialmente transformadora que nos permitió hacernos ilusiones por unas horas, hasta que las corporaciones vieron la oportunidad de hacer lo suyo y canalizaron la furia antirracista en forma de eslóganes publicitarios, bios de Twitter, cuadros negros en Instagram y estrategias de marketing muy conmovedoramente comprometidas.

Hay una pregunta de respuesta inabarcable en este artículo, pero legítima al fin, y es aquella que nos inquieta a muchas de nosotras cada vez que, todos los días, nos matan de a una, de a diez o de a cien. Es la pregunta que nos desespera en medio de la impotencia que sentimos al ver que nos golpean, abusan y matan y todo sigue igual, en la más cínica de las tranquilidades. ¿Por qué la indiferencia? ¿Por qué, en términos comparativos, la diferencia de reacciones? ¿Por qué, por ejemplo, ninguna corporación sintió que fuera necesario, importante o redituable apropiarse publicitariamente de nuestra furia a raíz de este caso particular?

Una mujer asesinada es la norma en medio de una civilización que dicta a sus integrantes desde el momento uno que nosotras somos objetos a usar y descartar. Es característica inherente al patriarcado deshumanizarnos, despojarnos de la condición de sujetas para condenarnos a la eterna condición de objeto a explotar. No se reconoce ni valora la vida en aquello que no es visto como humano, y menos aún reconocen o valoran nuestras vidas aquellos a quienes servimos deshumanizadas (entiéndase los policías, los gobernantes de todos los países, los hombres en general). Las mujeres asesinadas como Victoria nos importan, mayoritariamente, a nosotras, las otras mujeres. Las que sabemos que también pudimos ser ella, las que experimentamos las variantes de esa violencia en carne propia.

A los pocos días de su femicidio la colectiva oaxaqueña Mujeres de la Sal sentenciaba que Victoria no “murió”, como se empeñaban en titular los portales de noticias. “A ella la mataron, la mataron por ser mujer, migrante y morena”. La condición de mujer es un factor determinante en el momento en que algún hombre se propone terminar con nuestra vida. Y lo es, también, cuando todo el mundo opta por el silencio, que es el otro nombre de la complicidad.

Foto: El Sol de México.

Por: Sol Ailén Tobía (@SolTobia)

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