¿No os ha pasado nunca que, a veces, una muy buena idea termina teniendo unos efectos catastróficos en las manos equivocadas? A mí, sí, y el primer ejemplo que me viene a la memoria es la custodia compartida, que se obtiene en uno de cada tres divorcios y es el régimen preferente (o sea, impuesto), en varias comunidades autónomas.
Sobre el papel, parece el régimen ideal, ya que supone que los menores no pierden el contacto ni la convivencia con ninguno de sus progenitores y no supone, parece, merma económica para ninguna de las dos partes.
Como todas las buenas ideas, la custodia compartida tiene algún “pero”.
El primero de ellos es el de los cuidados. ¿Quién cuida de los niños y niñas en nuestro país? ¿Quién se encarga de llevarles al colegio, vestirles, alimentarles, escucharles, llevarles al médico, conocer a sus amigos y un sinfín de tareas más? ¿Quién renuncia, siendo muy afortunada, a su carrera y acepta reducciones de sueldo durante años para poder hacerlo? ¿A quién despiden en este país cuando comunica que va a tener un bebé? ¿A ellos? ¿A que no? Si tenéis curiosidad, haced el ejercicio de contar cuántos padres y cuántas madres veis a la salida del colegio o cuántas mujeres hay a mediodía usando el transporte público para volver a casa y, con toda probabilidad, os saldrán números similares a las cifras de “disfrute” de las jornadas reducidas y excedencias por cuidado de un menor, un 98% y un 99% de mujeres, respectivamente.
¿Por qué, en un lugar en el que la corresponsabilidad ni está ni se la espera, seguimos manteniendo que lo mejor es que los niños y niñas queden al cuidado del padre y de la madre en periodos alternativos y de duración similar, como si la igualdad fuera un hecho? ¿Por qué pensamos que si no los cuidó antes lo va a hacer tras el divorcio? Los cuidados de los hijos deberían ser compartidos desde el momento en el que nacen, no sólo cuando la unión legal entre los padres se disuelve. Si no cuidó a sus hijos antes, no lo hará (probablemente ni sepa), pero hay una cosa que sí harán si tienen custodia compartida: evitar las consecuencias económicas del divorcio.
Al no haber pensiones alimenticias ni compensatorias, las fricciones en cuanto a temas económicos son mínimas. De nuevo, tampoco es que sea la panacea, al menos para nosotras. No vamos a dejar que nuestros niños y niñas vayan mal vestidos al cole, no tengan dinero para la merienda o vivan en pisos sin calefacción, ¿verdad? Así que nos buscamos las mañas para seguir asegurando que nuestros hijos e hijas están bien. O sea, lo mismo de siempre, pero gratis. Con lo que hemos peleado para asegurar la independencia económica de las mujeres…
Y ahí va otro “pero” de la custodia compartida, porque resulta que el acceso a una vivienda digna en España no es ni sencillo ni barato, y estamos hablando no de una, sino de dos. Teniendo en cuenta además que una de cada cinco mujeres en nuestro país no percibe un salario superior al SMI ni cuenta con los ingresos suficientes para mantenerse a sí misma, resulta que la custodia compartida, régimen preferente en algunas comunidades, no está al alcance de casi nadie y, cuando se implanta, termina siendo una renuncia neta a los derechos que durante generaciones hemos conquistado y un pésimo modelo de cuidados y educativo.
La carretera al infierno está empedrada de buenas intenciones, dicen y, en algunos casos, como éste, ni siquiera son tan buenas.
Por Marisa M (@MariaYonofumo)
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