El feminismo es la corriente social que protagonizan las mujeres con el objetivo de conseguir la igualdad real entre los miembros de los dos sexos, en todos los ámbitos de la vida humana. Esta premisa es amplísima y precisa de matizaciones. La delineación de los bordes del feminismo los marcan inexorablemente las situaciones personales de las mujeres, que son en este caso el sujeto oprimido y marginado por el gran enemigo del feminismo: el Patriarcado.
El movimiento feminista interioriza los problemas de la mujer porque cada situación de opresión tiene que ser analizada para poder ejercer la lucha necesaria. Una vez, un jovenzuelo inexperto y quizá muy inocente me dijo que si el feminismo no era de clase no era un verdadero feminismo. Si bien esta afirmación es completamente cierta, tenemos que tener en cuenta que los largos tentáculos del pulpo machista abarcan otros aspectos de la vida de las mujeres que no son directamente de clase. Este jovenzuelo comprendió con la información necesaria que hay una lucha feminista que sobrepasa la clase social.
Es cierto que cuando una mujer no tiene que comer su prioridad va a ser la búsqueda de la alimentación como necesidad absoluta y que esa situación de precariedad va a conducirla a aceptar actividades que nunca haría sin la premura de la supervivencia. Y así con otras muchas situaciones que están preferentemente marcadas por la economía y la clase social a la que se pertenece. Por ejemplo la prostitución está estrechamente vinculada a la condición económica de las mujeres así como los vientres de alquiler. El trabajo precario, mal pagado y sin expectativas es algo que se acepta porque las necesidades vitales así lo exigen. De ahí que los índices de pobreza de las mujeres sean siempre los más altos. Su condición sexual y su explotación es un tándem que vemos a diario.
Sin embargo, se debe reconocer que como movimiento global que abarca a todas las mujeres, una mujer de clase social acomodada puede perfectamente estar sometida por el Patriarcado y su vida puede verse condicionada por él. Mucho más acusado en siglos anteriores.
Los padres y maridos eran dueños literalmente de las mujeres de su entorno. Matrimonios concertados sin consentimiento de la mujer para el mantenimiento de apellidos y fortunas convertían a las damas en moneda de cambio para el poder de los hombres. Incluso en las capas más altas de la sociedad. El maltrato físico y emocional no era ajeno a las mujeres por tener un techo donde vivir y comida en el plato. Incapacidad para desarrollar una carrera profesional marcando su vida bajo el yugo sometedor de la maternidad y el cuidado. Limitación de su formación académica a aquellas disciplinas consideradas femeninas, coartando sus capacidades para materias de ciencia y tecnología dando por hecho que su sexualidad limitaba su intelecto. Su posición social las convertía, mucho más que a las de clase obrera, en meros objetos decorativos para salones y palacios, hecho que todavía hoy condiciona la vida de la mujer. La inexorable lucha por ser la más bella. Recordemos que uno de los grandes pensadores del famoso Siglo de las Luces, Rousseau, era un misógino de tomo y lomo, tal y como atestiguan sus palabras sobre las mujeres: “La educación de las mujeres siempre debe de ser relativa a los hombres: agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos cuando somos adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables”.
El Patriarcado interiorizado en su educación de sometimiento al varón, conseguía de ellas que despreciasen a sus iguales. Mujeres burguesas y nobles de todas las épocas tenían servidumbre e incluso esclavas, asumiendo que la posición de las menos privilegiadas era esa, servir a los que tenían otro nivel. La sororidad era casi anecdótica pero incluso así (y no quiero con esto restar importancia a su actitud) eso no es óbice para que ellas sufrieran en sus carnes el despotismo del macho dominante.
Una burguesa se callaba los golpes y los gritos, las violaciones en pareja o extramatrimoniales porque su condición le impedía expresar su dolor. Tenían que callar y disimular tal y como se esperaba de ella en el mundo en el que se movía. Las lesbianas por ejemplo, escondían su condición sexual de por vida sufriendo una frustración continua.
No podemos olvidar, que el maltrato y la violencia de género no distingue de clase social. Una mujer burguesa puede igual que una obrera o una mujer de clase media estar subyugada ante un maltratador. El dinero y el poder no hace que un bofetón duela menos.
No estoy defendiendo a la mujer burguesa, sobre todo porque una vez que la sociedad ha avanzado hacia mayores cotas de libertad, son pocas las que han hecho algo por aquellas que no corrían la misma suerte. Hoy mismo, mujeres poderosas en el mundo, con capacidad para hacer mucho por las demás, están tan imbuidas por su clase social que incluso llegan a negar la necesidad del feminismo. Aun así cerrar los ojos a la historia y la situación que una burguesa podía vivir en su jaula de fino hilo de oro sería ocultar una realidad que sufrieron muchas mujeres.
Otras sin embargo, desde una posición más privilegiada lucharon incansablemente por mejorar la vida social de las demás. Quizá al principio para un sector de las mujeres de su misma clase pero su lucha abrió el camino para avances que posteriormente abarcaron a un amplio sector.
Sufragistas, pensadoras, filósofas o escritoras realizaron una labor de divulgación de los derechos de la mujer que han sentado las bases para el feminismo moderno y de las que nos nutrimos todas para seguir avanzando.
Es natural y lógico unir el feminismo y la clase porque las mujeres, como sujeto marginado, han vivido y viven todavía en situación de minusvalía de sus derechos laborales, económicos y sociales. Mejorar las condiciones de vida es una necesidad para convertirnos en personas con derechos reconocidos. Pero negar que las mujeres de las clases más acomodadas no han padecido personalmente los latigazos del machismo sería negar que su condición de mujer limitó sus vidas y condicionó sus circunstancias de desarrollo personal. Una mujer burguesa, noble o de la realeza es una mujer y como tal, su sexo es la primera y más poderosa condición existencial.
Por Belén Moreno @belentejuelas
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