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Narsin Sotoudeh y derechos humanos

En los últimos días hemos visto por un lado a centenares de mujeres que en Nueva Zelanda se ponían un velo tipo Hiyab para solidarizarse con los fallecidos en el atentado contra una mezquita, y por otro, las redes sociales se han inundado de peticiones de firmas para tratar de salvar a la abogada iraní  Narsin Sotoudeh, condenada a nada menos que a treinta y ocho años de cárcel y 148 latigazos por defender algo tan básico como los derechos de las mujeres en Irán, sobre todo a aquellas que se negaban a seguir con la “tradición” del velo.

La sentencia a Nasir, como dice Amnistía Internacional, es una de las más duras que se recuerdan en muchos años de lucha a favor de los derechos humanos en el país y se solicita la liberación inmediata e incondicional, con una anulación efectiva de la condena. Salvo las ONG´s y cuatro feministas concienciadas, el resto del mundo parece hacer oídos sordos a esta tropelía y ni un solo gobierno a nivel internacional ha condenado este hecho.

Si tenemos en cuenta de que en países como Irán a las mujeres y a las niñas no se les permite salir de casa a menos que cubran sus cabellos con un pañuelo y que vayan completamente tapadas  sin mostrar ni brazos ni piernas, ponerse un velo solo para solidarizarse con las víctimas de un atentado, por terrible que este sea, es seguir manteniendo y legitimando un uso patriarcal que humilla y reprime a las mujeres, que las culpabiliza por simplemente ser mujeres y que, por tanto, deben ser anuladas, borradas, ninguneadas por la sociedad.

No es normal que las personas que ostentan según qué cargos públicos no se informen bien antes de realizar cualquier acción sobre un tema que desconocen. La buena intención, loable por un lado, se ha visto empañada por elegir, precisamente, el símbolo de la represión patriarcal más dura e inflexible. No es de recibo que las mujeres, por solidaridad, se enfunden las armas de las que se vale una sociedad enferma de misoginia, y que ellas, completamente libres para vestir y caminar por las calles sin tener que ocultar su cuerpo, adopten precisamente lo que tantas desgracias está causando a las mujeres que luchan por sus derechos, demostrando, una vez más, cuánto feminismo hace falta en el mundo y en las mujeres.

Hay una larga polémica al respecto del uso del velo en países occidentales, porque, si bien nadie puede impedir a otra persona su uso, no por eso deja de ser un símbolo de sumisión exigido por  unos preceptos religiosos que a su vez forman parte de las leyes de unos países en los que la Sharia, en mayor o menor medida, es la que recoge todos los poderes del Estado sin que exista ningún tipo de separación entre ellos.

No hace muchos días, en una reunión donde había una mujer musulmana que no llevaba velo, esta me recriminaba la ignorancia de su religión y sus costumbres culturales al decir que el velo era un símbolo de opresión por parte de la sociedad patriarcal de los países musulmanes. Acto seguido explicaba por qué lo usan: por respeto, para que los hombres de su familia no se sientan incómodos ante la sensualidad del pelo, ante la libertad que ejerce poder ir con la cabeza completamente destapada. Ignoro hasta qué punto esta chica tiene la razón o esa era su respuesta subjetiva, pero las voces que en principio sonaron como un elevado murmullo cuando yo hablé, no tuvieron más remedio que callar ante la razón que, obviamente sin querer, me daba con sus palabras. Una vez más, la mujer es la culpable de las tentaciones de los hombres y es mucho más fácil criminalizarla. Es más cómodo anularla como persona a reconocer que solo ellos son los responsables de sentirse incómodos o excitados, los últimos y únicos responsables de mantener su bragueta cerrada, los responsables finales de tener la visión de que una mujer puede tener un mínimo poder sobre ellos en ese aspecto y que por tanto es pérfida y mala por naturaleza. Creo que todas las religiones monoteístas tienen ese aspecto en común.

Lo de que sea una tradición o un legado cultural es bastante recurrente. Es lo que suelen decirnos a las feministas cuando nos situamos frente a la imposición o no de usar Hiyab, pero si volvemos la vista atrás, a hace tan solo unos cuarenta años, las hemerotecas de cientos de periódicos nos permiten ver fotos de una época en que las mujeres de Irán, de Afganistán, de Siria, de Irak o de cualquier país musulmán, ni llevaban velo ni tenían prohibido salir de casa. Se puede ver a mujeres vestidas con minifalda, en las bibliotecas, en las universidades, con pantalones, solas por la calle… así que lo de la tradición cultural no se sostiene. Es una imposición que ha surgido con la llegada del fundamentalismo musulmán y que no existía antes.

Con las redes sociales inundadas de fotos de mujeres con hiyab, aceptando ese velo como algo inseparable de la comunidad musulmana, el feminismo liberal legitima una práctica por la cual otras mujeres, al luchar contra ella, están siendo encarceladas.  Es el feminismo de postín, el del selfie, el de la moda de ser feminista solo en cosas políticamente correctas y no ver el verdadero alcance ni la verdadera profundidad de los actos.

Como feministas no podemos ir a lo individual ni obligar a nadie a dejar de hacer lo que quiera hacer, aunque para nuestra forma de pensar sea un acto errado por completo. Son las mujeres musulmanas las que han de evolucionar, revelarse contra sus leyes, tratar de cambiar su realidad. Algo que ya está ocurriendo. Nosotras solo podemos apoyar, divulgar, ayudar, arropar a las que como esta abogada iraní, son castigadas cruel e injustamente por luchar contra un sistema que somete a la mujer a la opresión más brutal y la deja en una situación precaria y de indefensión desde cualquier punto de vista. Quizá podríamos hacer presión a los gobiernos  europeos para que se manifestaran en contra de estos casos que vulneran los más fundamentales derechos humanos y atentan contra la libertad de las mujeres. Intentar que pronuncien oficialmente a favor de revocar esa infame sentencia que condena a Narsin Sotoudeh, pero los estados occidentales no están por la labor de hacernos demasiado caso en absolutamente nada que no les beneficie a ellos de forma partidista.

No podemos matar moscas a cañonazos, como nos exigen esas voces que nos mandan a resolver todos los problemas del mundo porque aquí “ya estamos bien”, pero podemos ir cargando la pólvora para que ellas, cuando lo estimen oportuno, puedan usarla.

Por Nina Peña (@ninapenyap)

 

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