A los 20 años cumplí uno de los sueños de mi vida; irme de Erasmus. Berlín era una de las ciudades donde siempre había querido vivir, especialmente porque mi prima Marta se mudó allí hacía varios años y yo siempre había estado muy unida a ella.
En Berlín conocí a Germán, que también estudiaba por un año en la misma universidad a la que yo iba. Nuestra historia fue todo un cuento de hadas. No concebía la vida sin él. Estando tan lejos de mi familia, él fue el hogar que tanto necesitaba. Compartíamos amistades, campus y piso, así que por aquel entonces estaba muy liada compaginando trabajo, faena de casa y mi relación amorosa. Me sentía madura, feliz…tan enamorada de mi chico. Todo apuntaba a ser una de las mejores etapas de mi juventud.
Una mañana de enero quedé con amigas para desayunar y preparar el cumpleaños de mi prima Marta. Germán empezó a enviarme varios mensajes de Whatsapp porque no encontraba el proyecto que había preparado y tenía que entregar en una de las clases de aquel día. La noche anterior se acostó muy tarde y estaba cansado. Irremediablemente mi atención tuvo que centrarse en ayudar a Germán a buscar su proyecto, por lo que las chicas acabaron enfadándose conmigo.
-Por favor Socorro -dijo una de ellas.- Deja el móvil. Así no hay quien se aclare.
Yo estaba muy preocupada por el problema de mi chico, pero ellas no comprendían la gravedad del asunto. Ahora, en la distancia, pienso que mi posición fue errónea; a mi no me importaba hacer todas las tareas de la casa, incluso tener que estar pendiente de sus cosas, con tal de pasar tiempo junto a él y hacerle la vida más fácil.
-¿Cómo van a entender?- pensé mientras volvía hacia mi casa. Solo una de mis amigas se había casado y su marido era comercial, por lo que viajaba mucho. Apenas estaban juntos unos días al mes. Yo no lo hubiera podido soportar. Dormir sin sentir el olor de Germán, su calor, sus caricias escondidas… hubiera sido una tortura para mi.
Cuando entré en casa, Germán ya había regresado. Finalmente pudo entregar el proyecto sin problema. Nos saludamos con un tierno beso y le conté mis planes para celebrar el cumpleaños de Marta. La fiesta tendría lugar el próximo sábado y sería toda una sorpresa para mi prima. Germán torció el gesto demostrando su disgusto, pero no dijo nada. Noté que algo pasaba, por eso retracté el plan.
-Si quieres no vengas- le dije.
Él se sentó en el sofá un poco triste, pero me dijo que no le apetecía mucho, pero que fuese yo y disfrutara.
Un sentimiento de culpa me invadió de pronto. El sábado era el único día de la semana que podíamos disfrutar juntos porque el domingo Germán iba al fútbol con sus amigos y el resto de días yo trabajaba y estudiaba. Si él no me acompañaba a la fiesta no disfrutaría igual.
Llegó el día. Me estaba duchando cuando Germán entró en el baño.
-¿Dónde está el paracetamol- me preguntó. Le dije que lo encontraría en el primer cajón del aparador. Salí del baño envuelta en una toalla, preocupada por él. Me dijo que nada grave, era un simple dolor de cabeza lo que tenía pero prefería prevenirlo con medicación. Aunque fuese una tontería, no dejaba de sentirme mal por tener que irme dejándolo así. Lo observaba mientras me maquillaba por el rabillo del ojo y veía cómo Germán se mostraba inquieto y dolorido.
-No te preocupes- me dijo mientras fruncía el ceño por el dolor.
Cuando estaba a punto de irme, él se calentaba una pizza para cenar. Fui a preparar el abrigo y el bolso, cuando de pronto oí un estruendo en la cocina. Entré con rapidez para ver qué pasaba. Germán maldecía en voz baja mientras abría el grifo de la cocina. Escampada por el suelo estaba la pizza, medio quemada, rodeada de un plato destrozado. Así que tuve que socorrerle y cancelar lo de la fiesta. Mis amigas debían entender que no podía dejar a mi novio con la mano medio quemada y con una fuerte migraña.
Marta se lo tomó fatal. Le había dolido mucho que su prima no estuviese en su cumpleaños, sabiendo lo que significaba para ella. Nunca me lo perdonó. Alguna de las chicas de la pandilla, incluso, me acusaron de haberlas dejado tirada de nuevo por Germán. No era la primera vez que pasaba algo así. En aquella etapa yo pensaba que exageraban demasiado, especialmente porque me tenían envidia. Yo era feliz con Germán, él me quería, me cuidaba en una ciudad donde nadie más se me preocupaba tanto por mi como lo hacía él.
Cuando recuerdo esta historia siempre pienso que al día siguiente de aquel incidente Germán no dudó en salir a jugar al fútbol con sus amigos como de costumbre. La migraña y la quemadura no fue un impedimento para sus planes, aunque sí para los míos. Debí de verlo, pero el amor me cegaba. Han pasado cinco años desde aquella vida en Berlín y ya sé ponerle un nombre a mi historia de amor con Germán; dependencia.
Yo desarrollé una adicción tóxica por mi chico, la necesidad de depender de él. Sólo hoy, con la distancia, me doy cuenta de que aquello no fue sólo culpa mía; Germán también ponía de su parte para que no fuese nada sin él.
De aquel tiempo aprendí que me he pasado media vida cantando canciones en las que el amor se basa en el “sin ti no soy nada”. El amor sólo es posible si se es como sujetos independientes para que al juntarse las posibilidades de existencia se multipliquen. Eso es el amor; una suma, nunca una resta.
FIN DEL CAPÍTULO 2
Por Inma Ardy (Administradora de @StopSubrogacion)
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