El objetivo de este artículo es invitar a la reflexión sobre el paralelismo entre el movimiento feminista y el movimiento antiespecista. No se trata de poner en duda el feminismo de algunas compañeras, como se hace desde determinados sectores antiespecistas, sino de explicar la estrecha relación que hay entre ambas opresiones producidas por un eje estructural que usa y abusa de las (y los) más vulnerables.
Comencemos (y hagamos) un poco de historia:
Tanto Mary Wollstonecraft como Olympe de Gouges condenaron la violencia contra los animales. Cuando Wollstonecraft publicó “Vindicación de los derechos de la mujer” (1790), estas reivindicaciones fueron calificadas de absurdas por un filósofo llamado Thomas Taylor que para demostrarlo publicó, de forma anónima, una sátira llamada “Vindicación de los derechos de los brutos” con la finalidad de ridiculizar los puntos de vista de Wollstonecraft. En este texto, se sostiene que igual de absurdo era decir que los animales tuviesen algún tipo de derecho, como defender que los tuvieran las mujeres… Por lo que concluyó que las mujeres no merecían esos derechos.
Posteriormente las Sufragistas estuvieron vinculadas al movimiento animalista, condenaron firmemente la vivisección como práctica vejatoria y estaban convencidas de que esa capacidad de analizar las opresiones era exclusiva del movimiento feminista.
Margaret Fuller, Emma Goldman y Charlotte Perkins Gilman afirmaban que una feminización de la cultura acabaría con todo tipo de violencia, incluida la ejercida contra los animales. Caroline Earle White, fundadora de la American Antivivisection Society en 1883, manifestaba la importancia de educar a los jóvenes en la empatía y compasión, y para ello organizaba talleres de escritura en escuelas de Pensilvania.
¿Porqué tantas feministas se posicionan a favor de los derechos de los animales y su objetivo es acabar con toda opresión sin hacer distinción alguna entre especies?
Son muchísimas las compañeras que han unido su pugna por la liberación de las mujeres con la de los animales y el cuidado del planeta. La lucha por los derechos de los animales en la actualidad cuenta con más presencia femenina:
Por un lado tenemos a PACMA, el único partido político que tiene entre sus principales objetivos el bienestarismo animal, también es el único que cuenta con más representación femenina entre sus filas (El 75% de números uno de sus listas al Congreso de los diputados fueron mujeres).
Por otro lado tenemos las asociaciones cuyo activismo se centra en la lucha contra el maltrato animal, las cuales están gestionadas e integradas mayoritariamente por voluntarias.
Como curiosidad señalaremos que a pesar de que son las féminas quienes más se implican en esta causa, siguen siendo los hombres los más reconocidos. Recientemente el Colegio de Abogados de Málaga ha nombrado al actor Dani Rovira presidente de honor, como reconocimiento a su encrucijada particular a favor de los animales.
Tristemente, el movimiento antiespecista, no está a salvo de actitudes patriarcales que repiten prácticas que vulneran los derechos de las mujeres. Hay cierto sector que defienden la prostitución como un trabajo, una actividad empoderante e incluso deseable, que se rebela contra una sociedad moralista y prejuiciosa. Defienden que no es comparable la defensa de los derechos de los animales con las reivindicaciones de las mujeres, porque estas tienen poder de decisión y actúan con libertad. Nada más lejos de la realidad. Estas afirmaciones se hacen desde un contexto carente de análisis, porque no se cuestionan en ningún momento las condiciones que llevan a una mujer a postularse como prostituta y/o gestar para otras personas.
Quien utiliza a los animales sin ningún tipo de empatía ni respeto, a través de métodos calificables como tortura y maltrato, no va a tener ningún reparo en utilizar la vulnerabilidad de las mujeres para mercantilizar sus capacidades reproductivas y sexuales, sin remordimientos y acaparando una cuantiosa fortuna. También está demostrado que quien maltrata a un animal doméstico, acaba maltratando a sus parejas, e incluso toman como rehenes de sus violencias a esos animales, para presionarlas y dominarlas.
No obstante lo que nos resulta impensable es ver como compañeras y compañeros, capaces de empatizar con seres vivos de otras especies que viven una situación de constante tortura, no sean capaces de descubrir y mirar a través de los ojos de miles de mujeres, de sentir el dolor que supone ser abusada y usada por puteros o por personas que quieren una criatura, a su antojo.
Vivimos en una sociedad deshumanizada que no duda en convertir a humanas y animales en objetos de uso y consumo, y estos son los grandes negocios del siglo XXI.
Para finalizar, ambos movimientos tienen otra cosa en común:
Despiertan tales ampollas entre sus detractores, aquellos que tienen tan normalizados el uso y abuso de mujeres y animales, que posicionarse en contra no causa sonrojo, ni tan siquiera sentimiento de culpa.
Son dos movimientos que cuestionan por una parte los privilegios de la mitad de la población mundial (la clase social hombre), colocada arriba de una pirámide y jerarquizada como opresora de la otra mitad (la clase social mujer) y, por otra parte, los privilegios de la especie humana, colocada arriba de una pirámide y jerarquizada como opresora del resto de las especies.
Por Inma Guillem (@sagatxu)
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