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Dejar de creer en Grey y en los cuentos de hadas

Kate Millet fue quien dijo eso de que el amor es el opio de las mujeres. “Mientras nosotras amábamos ellos gobernaban”. Los dispositivos sociales del género se activan desde que el o la ginecóloga nos dice que va a ser niña: inundamos la vida de la bebé de rosa, agujereamos sus orejas a una persona que aún no tiene capacidad de decisión y le colocamos lazos en el pelo. El mundo tiene que enterarse de que efectivamente, es una niña. Desde pequeñas nos educan con la idea de la sensibilidad femenina; las niñas buenas no gritan, siéntate bien, no salgas a jugar con falda, compórtate con una señorita. Desde los juguetes que nos regalan por Reyes – muñecas para aprender a ser madres, utensilios de peluquería y maquillaje para entrenarnos como futuras buenas hembras – hasta la cultura popular que nos instaura el querer ser princesas.

Disney y la industria cinematográfica ha potenciado indudablemente esta inscripción del
género femenino en el territorio de la pasividad y el amor romántico como estímulos por los que la mujer tiene que hacer girar su vida. Jugar a ser la princesa es el pasatiempo de toda niña, encontrar a un príncipe que nos ame es el sueño de toda mujer. El imaginario se rompe cuando crecemos y nos percatamos de que, por supuesto, eran cuentos de hadas. Las historias no siempre tienen final feliz y los hombres difieren mucho de los héroes que nos presentaban. Pero, ¿realmente difieren mucho?

Todos los cuentos de hadas repiten un mismo esquema; una princesa que encuentra a su
príncipe azul, pero para poder estar juntos siempre ha de haber un sacrificio. Sin duda el
sacrificio le corresponde a ella, que es quien acaba pagando un precio para supeditarse a él. Todo vale si el premio es tener el amor. Esto ocurre en La Sirenita, en La Bella y la Bestia, pero también en Crepúsculo, en Bridge Jones (nos encanta, pero sigue siendo la princesa en busca de su príncipe con precio a pagar) y en la saga mundialmente aceptada Cincuenta sombras de Grey.

La trilogía de E.L.James bebe de la repetición de ese esquema del cuento de hadas con un
componente nuevo; el erotismo. De esta manera, los libros y posteriores películas sobre el señor Grey se han convertido en el indiscutible pasatiempo de las amas de casa. Pero ¿solo de las amas de casa? Hoy se estrena la nueva entrega de la saga y las redes se nos inundan de todo tipo de mujeres ansiosas por verla. ¿Cómo es posible que chicas tan inteligentes como muchísimas amigas de Facebook e Instagram se vuelvan locas con semejante insulto a la mujer? Quitémonos la venda de una vez y analicemos el fenómeno Grey; vamos a hablar de estereotipos, de amor y de sexo.

Fifty Shades Freed

Fotograma de «Cincuenta sombras liberadas»

El sexo nos encanta y el éxito de Grey lo confirma. El problema reside en el relato sobre
placer sexual femenino en el que se enmarca la trilogía. Partimos de la base de que NO hay un deseo sexual femenino unificado: a cada una nos gusta una cosa, y todas son válidas. La cultura popular se ha empeñado en unificar a la mujer en un todo exacto; las hay a quien les guste ser princesas, pero también a las que no. Las hay que prefieren ser más clásicas en la cama, y las hay a quienes le apasionan el BSDM. Hemos llegado al quid de la cuestión.

Para las que no estéis muy puestas el BSDM es lo que coloquialmente llamamos sadomasoquismo. Cuando la joven y guapa protagonista, Anastasia Steele, conoce al millonario, atractivo e irresistible Christian Grey, el amor brota y comienza el cuento de
hadas. Se aman, se desean, pero existe un impedimento que hace que su relación no sea fácil: mientras ella quiere una relación <normal>, Christian Grey huye de lo comúnmente cotidiano y se niega a una relación de pareja normativa. Su interés por el sadomasoquismo le imposibilita inscribirse dentro de una relación de amor socialmente aceptada y adivinad quién tiene que sacrificarse para poder estar con quien ama: ELLA.
Así que Anastasia se supedita al juego del señor Grey. Como si se tratase de una virgen pura y tonta, Christian le enseña de todo. ¿De verdad os creéis que con 21 años ella no se ha masturbado en la vida? Chicas, todas nos tocamos (si no lo hacéis ya estáis tardando). No sé vosotras,  pero a mis 25 me encuentro con más situaciones en las que yo le enseño a ellos que ellos a mi. ¿Por qué seguimos aceptando que es el hombre quien nos tiene que mostrar cómo disfrutar del sexo?

Pero la historia de amor entre Ana y Christian es así. Él le enseña a ser una auténtica fiera en la cama, y lo que es aún mejor: a disfrutar por sí del sexo. Es un problema muy grande el hecho de que alucinemos con este tipo de películas – o libros – porque nos muestran cómo nosotras podemos ser capaces de disfrutar eróticamente. ¿Hacía falta ver una peli para ello? Por desgracia sí, porque a menudo el placer femenino es censurado, coartado y delimitado por concepciones sociales. Cuando tenía 12 años les dije a unos compañeros de clase que las mujeres también se masturban con el dedo. Se reían y me decían que era imposible, la masturbación era sólo cosa de tíos. Al final acabé llamando a un profesor para que confirmase mi teoría. Agradezco mucho que no se achantase y le diese un zasca a aquellos pobres e inocentes niños: “claro que las mujeres se hacen pajas”.

El mensaje erótico de Grey sobre ese supuesto “empoderamiento” con nuestro propio cuerpo es bastante peligroso. Hablando en plata: lo que primero nos muestra es la capacidad que tenemos de corrernos. Nos la tiene que enseñar un hombre, claro, porque hasta entonces hemos sido tan imbéciles que no hemos sabido llegar a un orgasmo por nosotras mismas. Christian Grey le muestra a Ana lo maravilloso de eyacular y nosotras como espectadoras fantaseamos con vivir algo así. Luego nos chocamos con la realidad de nuevo – como cuando crecemos y descubrimos que no hay príncipes Disney. ¿Cuántos hombres se preocupan por si habéis terminado? ¿Cuántos ponen todo su ímpetu en que tú te corras? No digo que no los haya; digo que hay una inmensa mayoría que concibe el sexo en pareja como placer individual. Grey, por su parte, disfruta haciéndola y viéndola disfrutar a ella, lo que en la vida real no nos pasa mucho (poneos las pilas, hombres). ¿Acaso es eso lo que nos engancha de la historia?
¿Anheláis un hombre que os empotre de buena gana? Normal. Christian y Ana se lo montan en un avión, en un coche, en un ascensor…y en la famosa sala de juegos, lo que ella llama el Cuarto Rojo del Dolor.

Mitificar una relación amorosa de esta manera es lo que verdaderamente hace peligrar nuestras concepciones sobre el amor, porque aceptamos la idealización del placer para que nos convenzamos de lo excitante de mantener una relación así con un tío, haciéndonos olvidar lo más importante: lo que hay detrás. Detrás, amigas, siempre hay algo psicológico y oscuro. En palabras de la escritora Roxane Gay “Cincuenta sombras de Grey trata de un hombre que encuentra la paz y la felicidad porque por fin da con una mujer dispuesta a tolerar sus tonterías durante bastante tiempo”. El análisis de esta profesora estadounidense pone de manifiesto que la saga se basa en el sacrificio de Ana para cambiar/salvar a Christian de sus demonios. Lo que nos han vendido siempre (véase La Bella y la Bestia). Con nuestra dulzura y nuestra sensibilidad conseguiremos cambiarlo. Como si cambiar a un hombre fuese cosa factible.

Siguiendo a Gay, “Christian se ajusta al perfil de príncipe azul. Es rico, guapo (…) y le da un poquito más: tiene un pasado tormentoso”. Sí, el héroe es hijo de una drogadicta cuyos novios abusaron de él, entre hambre, abandono y mucho trauma. Gay analiza esto y critica que la autora de la saga inscriba el BSDM como una patología: Christian busca dominar a mujeres que le recuerden a su madre. “Manda un mensaje equivocado e injusto sobre el sadomasoquismo”. Y para colmo culpabiliza a la mujer de sus problemas psicológicos. La parte del sexo está muy bien, pero dejemos de engañarnos con este tipo de relación. Si es amor no duele, y la historia de Grey con Ana es controladora y abusiva. Él investiga su pasado, “intenta controlar cuándo y cuánto come Ana, el tipo de alcohol que bebe, cómo debe de comportarse estando con él, a quién deja entrar en su vida, cómo viaja, y se supone que debemos creer que todo vale porque él tiene problemas, porque la quiere”.

Una relación en la que te hagan firmar un contrato que dicta horas de sueño, aseo personal, alimentación, vestuario….etc. es una relación TÓXICA. El perfil de Christian Grey es el perfil de un maltratador en potencia. No podemos quedarnos maravillada ante una vida de lujo y materialismo: Ana es una mujer maltratada, negada y anulada a su merced. Gay lo resume: “cuando ella consigue un trabajo, Christian compra la empresa donde trabaja para <protegerla> (…), cuando de luna de miel ella quiere hacer topless él se lo prohíbe; más tarde le deja chupetones por todo su cuerpo para marcar su territorio”.

Las películas están llenas de despropósitos machistas que Ana asume porque “se corre muy bien” y tiene un hombre que “la ama”. Reitero: si es amor no duele. ¿De verdad tenemos que aceptar un trato como el de Grey para alcanzar el placer con nuestra pareja? ¿De verdad vamos a seguir consumiendo películas en las que nos venden que para conseguir el amor tenemos que sacrificarnos?

Dejemos de creer en Grey y en los cuentos de hadas. Busquemos a la persona que nos haga disfrutar como verdaderos animales en la cama. Pidamos cosas y mantengamos el tipo de sexo que deseemos, siempre que sea consentido y pactado. Yo también quiero un hombre que empotre contra los muebles del Ikea de mi cuarto. Hace un año, en un affaire, el chico en cuestión me preguntó qué postura quería. Acababa de comprarme una cama nueva de forja y sin dudarlo le dije: contra la reja. Él soltó una leve sonrisilla y sin miramientos me dice “cómo os gusta a las feministas”. Tengo pendiente aún llamarlo para explicarle que luchar por la liberación de la mujer no se contradice con que disfrute cuando me dominen en la cama.
Que os hagan de todo, amigas, pero nunca bajo un contrato por el cual pertenezcáis a alguien.

Por @Nelaileo 

Fuente: «Mala feminista», Roxane Gay.

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