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Ciencia, medicina y sesgos de género

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La mujer ha sido tradicionalmente excluida de todo aquello que tuviese relación con las ciencias, impidiéndole dedicarse a ello profesionalmente y realizar avances en investigación o, en su defecto, poniendo múltiples trabas para ello. Aún así, hemos sabido abrirnos camino y aunque por alguna extraña conspiración del universo (ejem, patriarcado) hay una gran ausencia de reconocimiento, hoy sabemos que muchos de los descubrimientos y progresos recientes y no tan recientes fueron alcanzados por mujeres de las cuales no sabemos nada o bien poco. Y lo que sabemos es porque lo hemos querido averiguar por nuestra cuenta. Algunos ejemplos podrían ser los casos de Ada Lovelace o Hedy Lamarr, que hicieron grandes aportaciones al campo de la informática, Rosalind Franklin y la estructura del ADN o Lynn Margulis con su teoría evolutiva. Pero esto podría dar para un extenso artículo a parte. Sin embargo, algo curioso y de lo que no te das cuenta hasta que empiezas a dedicarte a ello con una perspectiva de género, es que por norma también se nos ha excluido a la hora de ser objeto de investigación. Con esto quiero referirme a las ciencias aplicadas a lo humano o, más concretamente, a la medicina. Estudios sobre cómo debemos arquear la espalda o teñirnos el pelo para gustar a los hombres hay de sobra.

Esta disciplina ha avanzado a velocidad de vértigo en los últimos años, permitiéndonos tratar enfermedades que hace no muchos años eran males incurables cuya solución consistía en esperar convaleciente sobre una cama al inevitable final. Para lograr esto, han sido necesarios años de investigación e inversiones de capital, largos períodos de formación de miles de profesionales que consagran su vida a ello y un desarrollo del método científico para que todo sea lo más perfecto posible. Al fin y al cabo son vidas humanas de lo que estamos hablando.
Sin embargo ¡sorpresa! La mayoría de los resultados utilizados en la práctica comúnmente nacen de estudios en hombres blancos. Estos resultados se generalizan hacia las demás variantes, las secundarias, esas que llaman sexo o raza. Me disculpo de antemano por centrarme en el tema de  género y sexo, pero analizar cada variable sería demasiado extenso para este artículo.
De esta forma quiero llegar a que hay dos cosas que hace tiempo se pusieron de manifiesto y que me gustaría analizar:
Primero. Hay veces que una misma enfermedad da síntomas diferentes en uno u otro sexo y medicamentos que varían su eficacia según este mismo parámetro. Esto puede llevar, por un lado, a diagnósticos erróneos que ponen en peligro la vida del paciente a la vez que ocasiona un enfoque equivocado, entorpeciendo el proceso de curación y gastando recursos de forma improductiva. Lo mismo ocurre con los fármacos, cuyo mal uso es nocivo y un gasto innecesario. Adivinad qué colectivo se ve más afectado por estos errores. Exacto, el que cuenta con una significativa menor representación en los estudios. ¿O hay alguna otra razón?.

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Imagen de Heart Sisters

Vayamos a los ejemplos. Por una parte, el infarto al corazón. La presentación en hombres y mujeres, a veces, es ligeramente diferente, pero siempre se ha tomado como referencia la sintomatología del varón. Esto hace que al llegar una mujer a urgencias víctima de uno de estos ataques, se confunda con otra enfermedad o se subestime su gravedad y no se le administre el tratamiento adecuado, teniendo con ello unas probabilidades de supervivencia más bajas. Pero alegar que la presentación de dicha enfermedad era «atípica» lo soluciona todo. Dejo un par de estudios en los que se evidencia, por si os interesara más detalle al respecto.1,2,3 Es interesante comprobar que, a pesar de que sí que se han hecho ciertos análisis sobre las diferencias en la presentación del infarto en la mujer, el uso de las pruebas terapéuticas que se tomaron como referencia sigue siendo mucho menor en el caso de las mujeres. Esto pondría de manifiesto un problema de base, tal vez de educación, ya que en la facultad seguimos estudiando la presentación «típica» sin ningún tipo de matiz según sexo u otras variantes.

Por otro lado, hablaré de la EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). Es una enfermedad muy ligada al consumo de tabaco, que obstruye los pulmones de forma que cada vez cuesta más respirar. El hecho de que sea principalmente consecuencia del hábito tabáquico la convierte en una enfermedad tradicionalmente de hombres, pero el aumento del consumo en mujeres a lo largo de los últimos años está haciendo que se incremente el número de afectadas. Esto hizo que durante un periodo de tiempo se aplicaran los criterios diagnósticos de los hombres a mujeres, consiguiendo con ello que muchas pasaran desapercibidas. Sin embargo, actualmente los resultados de las pruebas están ajustados y el infradiagnóstico sigue presente. Un estudio de la universidad de Alicante sugirió que ante los mismos síntomas, a un hombre se le manda a realizar más pruebas, mientras que a una mujer se le recomienda, simplemente, dejar de fumar.3 ¿A qué puede deberse esto? ¿Infravaloramos el que una mujer nos diga que le duele algo? ¿La tradición de asociar dicha enfermedad a hombres nos impide pensar que ellas puedan padecerla?

Segundo. Hay enfermedades propias de la mujer, olvidadas por las investigaciones o, en su defecto, estudiadas lo justo para sacar un fármaco barato con el que lucrarse. Por ejemplo, la realización de cesáreas a la hora del parto varía mucho según los diferentes centros y no es algo que pueda explicarse por una gran concentración de partos complicados en un hospital con respecto a otro, si no que hay una falta de unificación de criterios. Las histerectomías (extirpación del útero) se realizan a diestro y siniestro, muchas veces sin una justificación clara y simplemente «para prevenir».3

Por otra parte, encontramos el tema tabú de la regla. La menstruación no se estudia, excepto en el caso de que queramos regular el ciclo para poder concebir o que queramos un anticonceptivo, porque, qué cosas, esto no es algo que afecte únicamente a la mujer. Aunque me gustaría destacar que sí que resulta que es ella la responsable de no quedarse embarazada de manera indeseada. Sin embargo, hay gente que lo pasa terriblemente mal con dolores cuando menstrúa (dismenorrea) mujeres a las que no se las suele tomar en serio, acusándolas de que «seguro que no es para tanto» y mujeres que se lo callan y sufren en silencio. Lo único que se hace con esto, actualmente, es dar analgésicos estándar, siendo que muchas veces no es suficiente. Sí que es cierto que hay un porcentaje de mujeres que, en estos casos, pueden beneficiarse de un tratamiento hormonal con pastillas de anticoncepción oral. En gran parte de los casos no se conoce la causa y cuando sí se conoce, tampoco se sabe qué hacer, como en el caso de la endometriosis. La endometriosis es una enfermedad que puede tardar 9 años en ser diagnosticada en una mujer desde la primera vez que va a una consulta médica. Para su tratamiento se prueban diferentes tipos de analgesia, pastillas anticonceptivas o la inducción de un estado menopáusico que, aunque reversible, conlleva una avalancha de efectos secundarios. El problema de estas terapias es que al suspenderlas vuelve el dolor, y ninguna de ellas debería estar utilizándose durante tiempo indefinido. Como última opción se opta por la cirugía, procedimiento muy útil en muchas enfermedades pero que no tiene una alta tasa de éxito en este caso. Los procedimientos «suaves» suelen aliviar el dolor temporalmente y los más radicales, además de no asegurar la curación, dejan estéril a la mujer, incluso con problemas hormonales si se llegase a intervenir el ovario.4.  Pero lo que resulta más preocupante es que, según una revisión de la Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias (AETS), esta enfermedad la padece entre el 7 y el 15% de las mujeres en edad reproductiva, habiendo entre un 30 y un 40% de casos de infertilidad entre las afectadas.5 Un dato verdaderamente preocupante, ya que la cifra es muy significativa y la importancia que se le da en comparación es ridícula.

Sé por otra parte que la existencia de una terapia curativa para una enfermedad no es el único indicativo de preocupación por ésta, ya que influyen muchos otros factores como la complejidad de la patología o el tiempo que hace que se conoce. No obstante, a lo que quiero referirme es que las afecciones de próstata o la impotencia sexual masculina son elementos que están totalmente normalizados, que sabemos que ocurren, que están ahí y de los que recibimos información más o menos regularmente: cómo identificarlas, qué hacer si pasa. Pero no así sucede con enfermedades como la dismenorrea (dolor de regla) o la endometriosis, por ejemplo, las cuales afectan a una gran cantidad de población y pueden ser realmente incapacitantes. Es importante hablar de ellas y conocer su existencia.
En conclusión, el sector de la medicina con la mujer como paciente es un ámbito más en el que sufrimos cierta discriminación. Aunque ahora, gracias al feminismo y a la consideración de la mujer como una persona en sí misma y no algo secundario, junto a la entrada de ésta en la ciencia, se están solucionando muchos de estos problemas. A pesar de todo debemos seguir luchando por desestigmatizar nuestras enfermedades y procesos fisiológicos, porque nuestros problemas también importan y también son parte de la vida.

Es necesario además un cambio en la mentalidad de las personas, como en tantos otros aspectos, para evitar esos prejuicios que nos llevan a tratar diferente a unos y a otros. Estamos consiguiendo que los algoritmos diagnósticos y terapéuticos se adapten a los diferentes individuos, que no sea una extensión de lo que le pasa al hombre blanco, pero de nada sirve si no desechamos nuestros prejuicios y, no solo en la medicina, sino en todos los ámbitos, no abrimos la mente al diverso mundo que nos rodea. Actualmente, como hemos visto, ya no es tanto el problema de la investigación, sino el de la aplicación de los resultados. Debemos ser conscientes de que estos problemas existen y con ello hacer lo posible por solucionarlos.

Por Yurippe (@femi_friki)
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Bibliografía:

  1. Jaglal SB, Goel V, Naylor CD. Differences in the use of procedures between women and men hospitalized for coronary heart disease. Can J Cardiol. 1994 Mar;10(2):239-44.
  2. Rossi ML, Merlini PA, Ardissino D. Percutaneous coronary revascularisation in women.Thromb Res. 2001 Sep 30;103 Suppl 1:S105-11.
  3. https://www.responsabilidadsociosanitaria.com/contenido/documentos/sesgos-de-genero-en-la-asistencia-sanitaria-3022.pdf
  4. https://www.nichd.nih.gov/espanol/salud/temas/endometri/informacion/Pages/tratamientos.aspx
  5. http://msc.es/organizacion/sns/planCalidadSNS/pdf/equidad/informeEvidenciaEndometriosis70308.pdf

 

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