No todas las feministas hemos visto la saga de Harry Potter, no todas somos fieles seguidoras de la saga. Sin embargo, todas sabemos quien es J.K Rowling. Y quien no es feminista ni tampoco fan del universo del niño mago también la conocerá por la polémica que ha saltado a los medios estos días.
Con ocasión del reencuentro de los protagonistas de la saga 20 años después se ha vuelto a acosar (sí, porque es acoso) a una de las grandes escritoras, la creadora del andén 9 y 3/4. Pero no es nada nuevo, no nos ha sorprendido. Hace un par de años, y el verano pasado, Joanne ya fue objeto de acusaciones de transfobia. #IStandWithJKRowling ha vuelto a hacerse viral en Twitter. El acoso no solo ha consistido estos años en difamarla por medio de las redes sociales, sino que han llegado a ocultar su nombre en su propio trabajo por parte de la industria del cine y a quemar sus libros. ¿Detrás? Como no podía ser de otro modo, la misoginia queer. ¿Su delito? Reafirmar la existencia del sexo biológico. Algo que no parece estar exento de consecuencias en los tiempos que corren, difíciles para el feminismo radical, y muy favorecedores para las farmacéuticas, por ejemplo.
Por mi parte, y aun a riesgo de calificarlo como unpopular opinion, me siento cansada; mucho últimamente. Estoy harta, porque a veces me puede que mujeres tan válidas como nuestras académicas, nuestras activistas, todas y cada una de las mujeres que expresamos nuestra opinión al respecto y que salimos a la calle vertamos nuestros esfuerzos en una batalla que parece no tiene fin. Que requiere de mucho trabajo, de luchar contra una teoría infundada sin argumentos y que se reduce a repetir dogmas hasta la saciedad pero que ha podido llegar a las cortes para su debate. ¿Cómo y en qué momento? Estas mujeres a las que admiro, de las que estoy orgullosa de caminar a su lado, de seguir aprendiendo; se han visto en su gran mayoría censuradas en redes sociales con cierres de cuentas y han sufrido campañas de acoso como si de una caza de brujas se tratara.
Una de estas mujeres decía públicamente en su Instagram hace unos días que, cuando la teoría de la identidad de género y lo queer se abría paso en nuestro país había tenido miedo a decir ciertas cosas. ¿Solo una persona ha sentido eso? Desde aquí digo que yo también. Miedo a negar que los deseos no se pueden legislar, que el género no es una identidad y que quienes menstruamos somos mujeres. Miedo a que nos tacharan de tránsfobas. Y, si la llamada Ley Trans se convierte definitivamente en eso, en norma de nuestro ordenamiento, lo menos que nos puede pasar por decir que las mujeres menstruamos, es que nos censuren en Twitter. Dicho anteproyecto de ley contempla sanciones administrativas que no necesitan de ningún procedimiento judicial y multas de entre 200 y 150.000 euros, incluyendo la inversión de la carga de la prueba. Esto hay que pararlo. Nuestra clase política ha perdido nuestra confianza, pero, espero y deseo, que sea capaz de recapacitar al igual que están haciendo otros países europeos dando marcha atrás en las legislaciones de autodeterminación de género.
El sexo biológico existe. Y con esta afirmación no le estamos negando derechos a ningún colectivo ni incitando al odio, ni nada que se le parezca. No se puede negar que el cielo es azul. Ni tampoco podemos negar la existencia del legado literario de JK Rowling que, sin saberlo, le puso nombre a lo que defendemos las feministas. Voldemort, aquel que no puede ser nombrado, podría ser ahora mujer. Porque tampoco se nos puede nombrar.
Leo a compañeras que afirman que vamos viendo frutos. Y razón no les falta, cada vez veo más #radfem y personas que aun alejadas del debate comprenden que, sin mujeres no hay feminismo. Puedo acabar exhausta una conversación sobre la cuestión, pero de seguido me repongo y continuamos. Porque así ha sido siempre la lucha de las mujeres, dura a la par que reconfortante. Seguiremos consiguiendo derechos. No lo duden.
Por Ana M (@anizmoreno_)
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