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Sexismo cool: cuando dos noticias juntas se entienden mejor

Hace algunos meses, la campaña publicitaria que Carrefour Argentina lanzaba para el Día del Niño se convirtió en noticia internacional por el sexismo sangrante de sus imágenes. Tal y como puede verse más abajo, la publicidad mostraba un niño y una niña disfrutando con juguetes tradicionalmente asociados a estereotipos machistas, un coche teledirigido para él y una cocinita para ella. Sobre estas fotografías, construidas en sí mismas sobre el binarismo azul y rosa, la marca colocaba los dos slogans culpables del revuelo mediático: Con ‘C’ de campeón, con ‘C’ de cocinera» y «Con ‘C’ de constructor, con ‘C’ de coqueta».

El público se llevaba las manos a la cabeza, los padres se echaban a las redes a dejarle claro a Carrefour su indignación y los medios nos recordaban los peligros de la publicidad reforzando y configurando estilos de vida. No había discusión. Todos estábamos en el mismo barco hablando de niñas que quieren ser hackers y niños que quieren ser cocineros, todos hablábamos de socialización y perpetuación de los estereotipos de género. El diario. Es, por ejemplo, se hacía eco de la noticia con un titular crítico y explícito: La publicidad sexista de Carrefour en Argentina: ellos campeones y constructores, ellas cocineras y coquetas.

 

 

Sin embargo, parece que todo cambia, como si de una palabra mágica se tratara, cuando al sexismo se le llama género. No importa si se trata del mismo género que el de la violencia de género o el de la brecha salarial de género, donde la palabra denota la subordinación del rol de la mujer al del hombre en una sociedad patriarcal. Cuando al género se le pone delante la palabra identidad, la feminidad se vuelve algo innato, la socialización se convierte en un tabú y las teorías neurosexistas de supuestos cerebros de hombres y de mujeres se convierten de pronto en un dogma con el que, de nuevo, se nos mandará callar a las que luchamos por una sociedad igualitaria. Observemos esta noticia del mes pasado, de nuevo en El diario.es

 

https://www.eldiario.es/desalambre/Miss-derriba-tabues-Nepal_0_878062780.html

 

 

Con el rotundo titular: La Miss trans que derriba tabúes en Nepal, el mismo medio teóricamente progresista y de izquierdas refiere con toda la naturalidad a los juegos de niñas en el espacio que le dedica en sus redes sociales. Escrito con pompa rancia, como de columnista de los ochenta, el artículo comienza resaltando la seducción como el arma femenina en el rol patriarcal atribuido, antes de desarrollar todo un documento basado en “sentirse mujer”.

Meghna Lama luce una sonrisa embaucadora. Ella, consciente de su magnetismo, sabe exprimirla al máximo: ya sea para ganarse al público con el resultado de sus sesiones fotográficas o para evadir preguntas incómodas.

 

Así, en plena lucha por la igualdad, ser mujer trasciende el sexo biológico y vuelve a convertirse en una personalidad, única y de color rosa, de juguetes de niñas y mucho maquillaje, que poco tiene que envidiar a la campaña de Carrefour.

¿Porque el primer sexismo es condenado y el segundo es percibido como algo cool?

Utilizar una vida dura como la de Meghna Lama, su disconformidad con el género que la sociedad le impuso al nacer -la masculinidad-, su terapia hormonal y sus implantes de pecho, como una historia de superación no deja de ser un chantaje emocional que se apoya en el sexismo interiorizado en el que nos criamos en una estructura patriarcal. ¿Por qué su historia no se utiliza para exigir una sociedad no sexista en la que los hombres pueden jugar con muñecas o vestir como les parezca? ¿Por qué los estereotipos contra los que las feministas luchamos hacen que se le valide como una mujer? Porque se trata de los mismos estereotipos con los que se nos rebaja a las mujeres y eso nunca se aceptaría en un hombre en esta sociedad de misoginia interiorizada donde lo masculino es lo predominante y lo neutro y lo femenino se utiliza como insulto. Así se ordena el mundo: en ciudadanos de primera y ciudadanas de segunda.

Puede que lo más hiriente sea ver cómo la socialización contra la que luchamos, la que nos enseña a ser femeninas y no feministas, desaparece de la ecuación de un plumazo. Amparados en ese paradigma casi religioso de lo femenino, hasta los medios de izquierdas -¿desde cuando la izquierda antepone el sentimiento individual a la lucha de clase? ¿Dónde quedó el materialismo marxista?- validan el ideal de princesa/cuidadora con el que priorizamos los intereses de todo el mundo frente a los nuestros, el que nos obliga a ser bellas y elegantes para el mundo, sibilinas en vez de guerreras, el del saber estar como sinónimo de no levantar la voz con una queja, como si todas esas cualidades vinieran asociadas a nuestra vagina. O a nuestro cerebro rosa, que parece ahora es lo trendy… Y, de repente, ya no hay niñas hackers y Mulán era un hombre trans.

Con la falsa tolerancia como bandera, nos ordenan silencio a quienes discrepamos de esta idea misógina que reduce a las mujeres a la caricatura que la sociedad ha construido para nosotras cuando se habla de nuevas formas de imponer lo mismo. La que se atreva a levantar la voz con la loca idea de opinar sobre la definición social que se nos impone desde que nacemos será tachada de TERF y de privilegiada en una sociedad que entiende que el privilegio es llevar vestidos o levantarse dos horas antes para maquillarte y arreglarte antes de ir a trabajar.

Es como si esa sociedad no fuera la misma en la que 26 mujeres han sido asesinadas por ser mujeres en los pocos meses que llevamos de año.

Esa sociedad en la que se denuncia una violación cada cinco horas -de hombres a mujeres-, en la que cobramos un 30% menos, la de la feminización de la pobreza.

Esa sociedad en la que se compran mujeres para mantener sexo como un objeto de consumo cuyo deseo sexual es prescindible. La misma sociedad en la que los hombres se masturban viendo violaciones en el porno, en la que la belleza es una imposición, donde complacer y agradar es un fin prioritario de la condición de mujer.

Esa sociedad en la que nos enseñan un papel secundario por el que no nos vamos al primer grito, por el que aguantamos. La sociedad de las sonrisas embaucadoras, la feminidad innata y los juguetes de niñas…

 

«Socialización innata»

 

Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)

 

 

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