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Libertad patriarcal vs Revolución feminista

Decía María  Zambrano: «si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.» concretando el término persona como el individuo provisto de conciencia que se entiende a sí mismo como «última finalidad terrestre». En su obra Persona y Democracia —(publicado por primera vez en Puerto Rico 1958)–, puntualiza el concepto de libertad como un aprendizaje y afirma que solo se es completamente libre cuando !no se pesa sobre nadie, no se humilla a nadie, incluido, uno mismo», además de que para disfrutar de esa auténtica libertad, hay que cambiar todo el sistema económico y político para liberar de la opresión a millones de personas hundidas en la pobreza.

Lo que nos otorga el status de persona, tal y como explica Marcela Lagarde, son los Derechos Humanos —DDHH—.

Los  DDHH son innatos, inquebrantables, de obligado cumplimiento. Nacieron para proteger la dignidad humana. En su Declaración Universal podemos encontrar treinta artículos. Entre ellos, el Derecho fundamental a ser libre e igual, a la seguridad, a no ser esclavizada y a no sufrir trato degradante.

 

Dotar a una mujer de la condición de objeto o herramienta para  que otra persona obtenga algo innecesario, que además pone en peligro su salud  y cohíbe su voluntad es atentar gravemente contra sus Derechos Fundamentales y su libertad. Estas prácticas que cosifican y hacen que las mujeres pierdan su condición de persona, son la prostitución, la pornografía y los vientres de alquiler. En ninguna sociedad democrática debería existir un debate donde despojar a las mujeres de su humanidad fuera contemplado. Sin embargo existe este debate, muchas veces propiciado desde una parte del sector de la izquierda política y algún colectivo feminista.

 

En nombre de la libertad individual y del feminismo, se defiende el uso del cuerpo de las mujeres para “complacer” deseos sexuales y reproductivos. Esta afirmación se apoya en la autonomía de las mujeres para utilizar su cuerpo como ellas quieran.  Una libertad muy diferente a la definida por Zambrano.

 

Hay que aclarar que todo lo que haga, piense o diga una mujer, no tiene por qué ser feminista. En esta ocasión si solo se tiene en cuenta la libertad de decisión de las mujeres sin profundizar en el contexto, sin analizar las circunstancias y sin tener en cuenta las consecuencias que tienen para el resto de individuas, podría ocurrir que la responsabilidad de cada elección que tomemos, cayera únicamente en nosotras mismas, en todas las situaciones de opresión que sufrimos. Esto puede ser muy peligroso. Si decidimos libremente y bajo nuestro juicio ser explotada sexual y reproductivamente, porque me viene bien o soy muy generosa, ¿se podría considerar que somos nosotras quienes escogemos cobrar menos, tener peores empleos, abandonar nuestros proyectos personales para cuidar familiares dependientes o incluso —llevando esta cuestión al límite del esperpento— vivir con un maltratador?. Si somos tan libres de decidir podremos evitarlo, dependiendo únicamente de nuestras decisiones, consiguiendo otro empleo donde pagan mejor nuestro trabajo, dejando en manos de otros familiares a nuestros dependientes  o divorciarnos del maltratador tan tranquilamente. No es así, ¿verdad?

 

Ante este argumento falaz, deberíamos exigir, a quienes  utilizan el concepto de libertad para realizar estas prácticas patriarcales, que dejen de hablar de ese concepto tan etéreo y hablen de datos, de contextos históricos donde las mujeres no tenían necesidades, ni eran sometidas constantemente. Que nos demuestren con pruebas tangibles en qué países y épocas han existido mujeres que tomaran decisiones sin ser coaccionadas por nada ni nadie. Porque la historia nos cuenta que hemos sido invisibilizadas, utilizadas, encerradas, quemadas, asesinadas, empobrecidas, agredidas…, pero,  ¿ libres?, ¿dónde están esas mujeres de las que tanto hablan? No se si son conscientes que al certificar esa libertad de decisión de las mujeres sobre su cuerpos y sus vidas, están negando la existencia del patriarcado porque no se puede ser libre y sometida a la vez.

 

 

Todas estas exposiciones tienen como objetivo convertir al feminismo en un movimiento que no moleste, anodino, que camina de puntillas; un feminismo vacío que se rebela solo en apariencia. Un “feminismo ye-ye” cuya  revolución no consiste en  combatir al patriarcado puño en alto, sino, en convertido en un movimiento despeinado y molón cuya base no sea la defensa de los derechos de las mujeres y alcanzar la igualdad real entre sexos; sino en comprar bebés altruistamente, filmar y comerciar porno rosa y llenar las calles de prostitutas empoderadas. ¡¡Qué felicidad!!

Ni siquiera intuyen que el primer paso para acabar con la prostitución y la pornografía debería ser una educación sexual sana e igualitaria impartida desde los centros escolares en relación con las familias. O ayudar a gestionar las frustraciones a aquellas personas que no pueden tener hijos biológicos, acabando con el mandato patriarcal de reproducirse a cualquier precio.

Curiosamente no se señala al machismo como causa principal de todo este tinglado patriarcal sino que las señaladas como culpables, de no se exactamente qué, somos las feministas abolicionistas y contrarias a la explotación reproductiva,  acusadas de paternalistas e incluso fascistas por decir a otras mujeres qué hacer con su cuerpo. Nada más lejos de la realidad, ya que lo que nosotras exigimos es un sistema que no utilice nuestras capacidades reproductivas y sexuales a su antojo, para obtener beneficios muy elevados.

 

Llegamos a un cruce de caminos donde el patriarcado capitalista nos empuja a solucionar individualmente nuestras dificultades, vulnerando gravemente nuestros derechos fundamentales y arrebatando  nuestra categoría de persona. Y todo ello en nombre del feminismo. Una jugada maestra.

 

Si queremos estudiar nos dan la opción de vender nuestros óvulos o de prostituirnos. Si queremos tener una casa, aceptación social o una vida mejor, nos sugieren vender a nuestros hijos e hijas. Parece que nuestras opciones en la vida son prostituirnos o limpiar. Nos limitan a ser servidoras. Nunca escuché a quien defiende estas posibilidades abrir la mente hacia otras actividades. No ven a una superviviente de prostitución realizar una exitosa carrera política, por ejemplo, sino como asistenta o empleada precaria; no obstante nadie duda que cualquier putero explotador puede llegar a presidir un país.

 

 

No existe la vergüenza, ni la voluntad política. Nos llenamos la boca de democracia e igualdad mientras permitimos que los hombres sigan teniendo el privilegio de abusar de mujeres prostituidas todos los días, que los ricos exploten mujeres por el capricho de tener un bebé genéticamente suyo, que nuestros adolescentes se eduquen sexualmente con la pornografía y la lleguen a poner en práctica creyendo que es lo normal.

El precio que estamos pagando es muy alto: despojar a las mujeres de su condición de ser humanas.

No hay libertad sin igualdad. No es posible la democracia si las mujeres no son consideradas clase social humana, personas siempre.

 

Por Inma Guillem @SAGATXU 

 

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