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El castigo por unos pantalones cortos

feminismo, mujeres en lucha, piropo, acoso callejero.

Ir en shorts se paga. Mostrar piernas y brazos, ir vestida, ir desnuda, tiene consecuencias. Magnificamos la ropa, el maquillaje y la belleza de la mujer que permite traspasar la barrera del acoso y del piropo baboso e inapropiado de machos sedientos de dominación. A eso se le llama violencia, que incluye silbidos, comentarios sexualmente explícitos, hasta llegar a la masturbación pública, seguimiento y tocamientos. Una muestra inútil de apareamiento que denigra a la mujer y la convierte en una exposición constante, con plena libertad a ser juzgada, piropeada e incluso, manoseada.

Poca ropa: “vas provocando”, mientras que no te libras de comentarios sexistas por la calle que te recuerdan lo buena que estás o las ganas que un hombre desconocido tiene de hacerte suya. Un símbolo de constante sumisión de las mujeres a los placeres de los hombres, a sus gustos, a sus deseos. Un símbolo que, hoy en día, sigue estando culturalmente aceptado, tanto por hombres como también por mujeres. El patriarcado mancha nuestra mente, tanto que seguimos permitiendo que niñas de siete, nueve, diez años sean acosadas en vez de ser justiciadas y defender sus derechos.

El acoso callejero sigue latente. Cada silbido, cada sonrisa, cada gruñido, cada tocamiento, es acoso, que carcome la seguridad y la valentía de una mujer al tener que salir a la calle sola. Una mujer nunca sale segura a la calle. La inseguridad de que a la mínima alguien puede llamarte, silbarte y chistarte como un amo le hace a su perro se palpa en su miedo.

La cultura de llamarnos exageradas por defender nuestros cuerpos, nuestra tranquilidad y, al fin y al cabo, nuestra vida. Porque del acoso callejero se llega a la violación. Incluso a la muerte. Si una mujer tiene curvas acentuadas no te da derecho a querer gobernar en ellas. Si una mujer no entra en tu canon de belleza no tienes permitido hundir su autoestima o sentirte buena persona por piropearla cuando, según tu criterio innecesario y erróneo, nadie lo hubiese hecho. Porque querido, deja que te diga una cosa, no necesitamos tus sucios piropos llenos de mugre y machismo para sobrevivir.

Crecemos entre balbuceos machistas y acciones despreciables, obscenidades que ya vives en primera persona con tan solo nueve años – incluso antes – sin saber qué está pasando. Una pre-adolescencia llena de viejos verdes, y no tan viejos pero igual de verdes, que pierden el oremus al ver dos pechos dearrollados y un buen cuerpo – lo que ellos consideran un “buen cuerpo” –. Tengas la edad que tengas. No eres libre.

No podemos permitir que la ropa condicione nuestro estado emocional y nuestra autoestima por el miedo a ser piropeadas, acosadas, y juzgadas por cada paso que avanzas. El acoso callejero está presente en cada momento, en cada rincón de cada calle de tu ciudad. Necesitamos caminar seguras y no sentirnos aliviadas por haber llegado a salvo a casa.

El acoso callejero no es una minucia. Es el motor del machismo. Gracias a él perpetuamos actitudes machistas que, otra vez, manchan los derechos de las mujeres a ser libres de hacer y vestir como nos venga en gana sin estar siempre en el ojo de mira de la sociedad. Las mujeres estamos hartas y nuestra voz se tiene que oír.

Por Ariadna España (@Ariespaso )

 

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