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«¡Camarero! Una caña y una Coca-Cola, por favor»

En lo que al machismo se refiere, resulta mucho más sencillo ver lo obvio que los pequeños detalles que, no por pequeños, dejan de ser señales del éxito del patriarcado, señales del éxito de un sistema peligroso y opresor.

Cuando hablamos de machismo, mucha gente piensa inmediatamente en violencia de género, esa realidad que muchxs consideran ajena: unos cuantos hombres locos que pegan a las mujeres.

Muy pocas personas se plantean de verdad por qué esos “locos” han llegado a ser así. Muy pocas personas son conscientes de que esos agresores están, en realidad, bastante cuerdos y de que todxs somos sus cómplices.

Sábado por la tarde-noche. Un bar cualquiera. Me apetece una cerveza fresquita. Mi novio pide una Coca Cola. Hablamos mientras esperamos nuestras consumiciones. Cuando las traen, sin preguntar, plantan ante mis ojos el refresco y le dan a él mi cerveza. Ya no me sorprendo, no es la primera vez. Sin embargo, no dejo de indignarme. Parece un detalle pequeño, casi sin importancia. Pero no lo es. Porque la persona que nos ha atendido ha hecho una asunción basada en roles de género. Los mismos que dictan cómo debo ser, actuar o vestirme; los mismos que me etiquetan y me sitúan en una posición inferior, los que me dicen que soy una persona que solo existe en relación a los varones y a sus deseos.

Todos los días se producen y reproducen detalles como estos: en casa, en el trabajo, en el supermercado, en el concesionario, en la escuela, en los libros, en las revistas, en las películas, con amigxs, con compañeros, con familia o con desconocidos. Son detalles, pequeñas señales que advierten de algo mucho más grande que daña y oprime, nada más y nada menos, que a la mitad de la población. Detalles que suman, que crecen exponencialmente hasta que un hombre, que ha crecido rodeado de ellos, maltrata a una mujer. Porque todo, absolutamente todo lo que le rodea, le ha dicho que esa mujer vale menos que él, que le pertenece, que no tiene derechos, que no puede desear, que no puede existir sin él. Y ella se siente pequeñita, insignificante, porque siempre le han transmitido que eso es lo es y que, por ello, tiene lo que se merece. Le han enseñado que no puede expresar o tener lo quiere Porque incluso cuando pide una cerveza le dicen que, lo que tiene que tomarse, lo que en verdad le corresponde, es una Coca Cola.

Por Matilda Florrick @MatildaFlorrick 

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