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La T amenaza a la L

Lesbianas, gays y bisexuales sufren una discriminación indiscutible, llegando a casos extremos a lo largo de la historia como las “violaciones correctivas”, o a lo largo de los diferentes países como los campos de concentración para personas homosexuales en Rusia. Es por esto que se aúna su lucha con la formación de un colectivo.

Pronto se suma una T a ese colectivo. En principio esa T acogía a las personas “transexuales”, pero pronto se exigió que la T se triplicase para acoger también a “transgéneros” y travestis, además de añadir la intersexualidad, a los “queer” y un símbolo más por si acaso quedaba alguien fuera. De manera que de LGB se llegó a LGTTTBIQ+.

Muchas personas homosexuales se preguntan cómo (y cuándo) es que la/s T surgieron en un colectivo que en principio representaba orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad. En un gesto de buena fe se asumió que las “identidades”, aneuplodías de los cromosomas sexuales (la intersexualidad) y las orientaciones tenían alguna relación, por lo que podían compartir colectivo.

La lógica nos dice que para que se considere un único colectivo, la lucha y los intereses de las personas que lo integran deben ser unánimes y que ninguno de los grupos representados debe poner en riesgo a los otros. Y así nos dicen que ocurre con el LGTTTBIQ+.

Sin embargo, los pasados años han surgido en diferentes países grupos de lesbianas que se han manifestado en el “Orgullo” con pancartas que nos dicen que se sienten amenazadas por este intrusismo. Pancartas que rezan “Las lesbianas no tenemos pene”, “Lesbiana no queer”, “Lesbiana = hembra homosexual”.

 

 

¿Qué es lo que denuncian estas mujeres, que han llegado a formar colectivos como “Get the L out” (sacar la L fuera)? Que el transactivismo supone un borrado de las lesbianas además de un acoso brutal.

Por un lado, cuando un hombre heterosexual se autodenomina “lesbiana”, hace desaparecer a estas y a su lucha. Niega su realidad y su existencia. Un hombre al que le gustan las mujeres nunca va a sufrir la discriminación que sufre una lesbiana. No va a ser hipersexualizado como reflejo de la explotación sexual de la pornografía, no va a ser perseguido o agredido, no va a necesitar esconderse, no le van a decir que si no ha intentado que le gusten los hombres, o que eso es porque no ha probado una buena polla o que está “malfollada”, ni mucho menos le van a violar con el propósito de “reconvertirle”; porque ese hombre es heterosexual y pertenece a la norma social.

Y esto se suma a la inmensidad de mensajes que llenan internet acusando a las lesbianas menos “femeninas” de que en realidad se sienten hombres. Al final la misoginia y la homofobia salen a la luz cuando se entiende que, si eres mujer, no eres “femenina” y te gustan las mujeres, debe ser que eres hombre.

Por otro lado, el acoso sexual que reciben las lesbianas por parte del transactivismo tiene nombre propio: Cotton ceiling (techo de algodón). Este representa “la barrera” a rebasar por los hombres que afirman ser mujeres para “conseguir” tener relaciones sexuales con lesbianas. La palabra techo viene como referencia al conocido “techo de cristal”, asemejando ambas barreras a destruir como si el propósito en ambos casos fuese reclamar derechos arrebatados. Y la palabra algodón hace referencia al material típico de la ropa interior. Es curioso como no puede ser un término más misógino, apropiándose de ideas de la lucha feminista para poder violar a mujeres con el beneplácito social.

Los hombres que defienden que “tienen derecho” a que las lesbianas se acuesten con ellos, hablan de “transfobia interiorizada” por no aceptar su “pene femenino”. El No es no parece que no se aplica a las lesbianas. El hecho de que ellas no quieran mantener relaciones sexuales con un hombre, dicen que es transfobia, cuando en realidad la propia insinuación de que los hombres tienen el derecho de acceder a sus cuerpos es indiscutiblemente lesbofobia (y misoginia).

Se llega a convencer hoy en día a muchas lesbianas jóvenes de que sufren esta supuesta “transfobia interiorizada”, igual que antiguamente (y aún en muchas partes del mundo) se las convencía de que están enfermas por sentir atracción por otras mujeres. De hecho, coaccionarlas a tener sexo con hombres es algo que ya se hacía en las “terapias de reconversión”.

Parece por tanto, que el transactivismo no solo tiene una lucha diferente a la de las lesbianas, sino que es contraria y peligrosa para ellas. Sus intereses están enfrentados. Los avances que persiguen desde el transactivismo amenazan los derechos humanos de las lesbianas, como su derecho a la integridad, la dignidad y el derecho incluso a existir. La convivencia de las letras L y T en el mismo colectivo es imposible, la segunda pone en riesgo a la primera.

Una vez más, los hombres colonizan un espacio, haciendo que sean las mujeres que están allí las que sienten que no están representadas.

 

Por Mujeres por la Abolición (@MAbolicion)

 

 

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