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MACHISMO LINGÜISTICO

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Las palabras son esos elementos que juntas, crean todo un lenguaje. Una forma de expresar objetos, sentimientos, emociones, lugares o situaciones. Las palabras no deberían ser más que eso. La unión de letras con un significado concreto. Sin embargo, son mucho más. Porque nosotros les otorgamos otras cualidades. Las cargamos de emociones, de sentimientos, aunque su significado sea radicalmente distinto y aumentamos sus posibilidades según las necesidades o connotaciones que nos son más útiles.

El patriarcado ha utilizado el lenguaje para discriminar a las mujeres. El machismo utiliza las palabras para perpetuarse, para integrarse de tal manera en las mentes de todos, que las formas más excluyentes hacia las mujeres pasen desapercibidas de tan asimiladas que están por toda la población. Solo con un análisis más detallado y siempre con unas gafas moradas bien graduadas, podemos descubrir las mil trampas que el lenguaje nos tiende cada día.

Cuando cualquier persona habla y dice la palabra madre, implícitamente en ella se encuentra el cuidado, la entrega, el bien del otro por encima de cualquier cosa. Y también está la aceptación de que la vida de la mujer ha cambiado y con ella sus prioridades, sus ambiciones o su estatus en la sociedad. Madre es una palabra que implica compañía. Es un extraño singular. Deja de ser una para ser dos. Porque madre incluye hijo.

Cuando decimos padre, subyace la disciplina y el control. En algunas ocasiones el miedo. La sumisión del resto de palabras que designan a los familiares. Es una palabra grande. Con poder. Implica un cambio de estatus a una posición superior.

Las dos palabras significan lo mismo. Mujer que tiene un hijo y hombre que tiene un hijo. Sin embargo, en nuestra mente, las dos llevan consigo una mochila emocional muy difícil de dejar en el suelo. La de madre es mucho más grande y mucho más pesada.

Como con padre y madre, nos pasa en millones de palabras. El solo hecho de utilizar el masculino o el femenino, los significados son radicalmente diferentes, siendo por norma que el femenino sea el peor de los dos. Malo, degradante y discriminatorio. Preguntaros que os viene a la mente al decir zorro y al decir zorra. Al decir gallo o decir gallina.

Rebeca Marín, en su libro “Este libro es un coñazo describe con precisión, como las palabras son un sustento para el machismo. Se nutre de ellas, las tergiversa, las manipula para que su objetivo de supremacía masculina siga vigente. Incluso fuera del lenguaje más coloquial. En los diccionarios de la lengua castellana, todavía hoy se mantienen las acepciones peyorativas cuando una palabra se usa en femenino.

Nos propone ejercicios matemáticos, adivinanzas o sopas de letras. Y sin necesidad de utilizar un lenguaje purista, más bien todo lo contrario, nos descubre como ciertas palabras o frases aportan a la mente del escuchante una información muy distinta si es en femenino o en masculino. O si los protagonistas del mismo hecho son un hombre o una mujer.

Las feministas luchan siempre por la imposición del lenguaje inclusivo para que las mujeres sean visibles socialmente. Es importante que la gente sepa que acude a ver a la médica, que la persona que construyó el puente era una ingeniera y que la conductora del autobús les lleva al trabajo. Que su pueblo está regido por una alcaldesa o que el gobierno está en manos de una presidenta. El lenguaje debe ser un arma de socialización y de igualdad entre sexos, pero en castellano (y estoy segura que en todos los idiomas) la carga subliminal de las palabras debe cambiar. Si decimos que una mujer se ha quedado embarazada, en determinados contextos las estamos anulando como profesional, estamos dando por hecho que su vida laboral se ha terminado. Cuando decimos que los hombres se van de putas ¿qué pensamos? No se nos viene a la cabeza que el señor en cuestión sea un violador que va con su dinero a tomar por la fuerza lo que nunca conseguiría libremente. Nuestra mente imagina a una mujer, con poca ropa, mucho maquillaje que utiliza estratagemas para sacarle los cuartos al incauto que pensó que podría tener una noche de sexo. Puta es una palabra muy degradante, muy excluyente. Muy dolorosa. Y por eso, cuando alguien quiere insultar a una mujer recurre a ella para hacerle daño, para humillarla. Es como una piedra lanzada desde muy lejos que estalla en nuestra frente para marcarnos de por vida.

Recomiendo desde aquí la lectura de este libro. Porque nos vamos a encontrar pensando lo mismo que la autora intenta denunciar. Descubriremos que nuestra forma de expresarnos perpetúa acciones y situaciones perjudiciales para las mujeres. Nos da las pautas para que cambiemos la forma en la que nos relacionamos verbalmente con el resto y porque esa información logrará que paulatinamente, lo masculino no sea lo bueno y lo femenino no sea siempre lo malo. Es posible que coñazo deje de significar algo aburrido y tedioso para convertirse en algo de lo que disfrutar.

 

Por Belén Moreno  @belentejuelas

 

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