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La leyenda de Sant Jordi: libros, rosas y un dragón.

Cuenta la leyenda que en una tierra no muy lejana había un dragón que tenía aterrorizado a todo un reino.

Antes de la llegada de ese dragón, la gente del reino vivía de la mejor manera posible, dadas las circunstancias. Pues, tras años y años de monarquía; el Rey actual no tenía buena fama entre sus súbitos y súbditas. De hecho, se cuenta que, en la mayoría de las humildes casas del Reino, se repetía la misma pregunta: ¿hasta cuándo va a seguir este Rey déspota? Pues decían que hasta los caballeros de su corte estaban cansados de las condiciones precarias de su trabajo, horarios que iban desde que salía el Sol hasta que se ponía, con esas armaduras tan pesadas, apenas días libres y siempre, siempre a disposición de su Majestad. Contaban, además, que había llegado al trono por medio de sucias artimañas y muchas cosas más. El Rey vivía con su hija, la Princesa, quien también estaba cansada de la actitud poco progresista de su padre, de que no le hubiera enseñado a luchar y sí se hubiera preocupado de que las doncellas le enseñaran a tejer y limpiar. Por eso, a escondidas, se dedicó a entrenar para poder defenderse a ella y a quien hiciera falta, de los males que podían acechar a cualquier joven.

Cuando llegó el peligroso dragón, dispuesto a terminar con todo lo que viera a su paso, el Rey decretó que a la bestia se le serviría en bandeja de plata cada día un animal de las familias ganaderas del reino. Y así se hizo. El ganado era el principal alimento del reino, a pesar de los abundantes y saludables cultivos de hortalizas, frutas y verduras que el pueblo estaba empezando a trabajar.

El dragón era muy, muy grande y cada día quería más y más comida. Así que un día, de pronto, se acabaron los animales y cundió el pánico. “¿Qué vamos a hacer ahora si el dragón no tiene qué comer?” pensaban en el reino. Su Majestad meditó mucho y solo obtuvo una conclusión: cada día tendremos que ofrecerle una persona del pueblo. Se haría al azar, lo que causó una gran sorpresa entre las personas súbditas del Rey, pues no solía ayudar a las personas más pobres. Todos los nombres se escribieron en un papel correspondiente y se metieron en una olla gigante para que, todas las mañanas, se sacara un nombre. La persona elegida al azar debería de morir a manos del dragón.

Una mañana, salió el papelito en el que se decía que era la Princesa quien debía ser servida al dragón. El Rey pidió clemencia; pero, su hija demostró una valentía sorprendente y sin miedo se dispuso a cumplir su cometido. Iba a morir por salvar a su pueblo. O eso creían…

Lo que no sabían es que la Princesa llevaba años entrenándose para este momento. Desde que el dragón amenazaba al reino, la Princesa trabajaba duramente junto con sus doncellas de confianza para encontrar la manera de derrotarle. El día había llegado. Le había dado las indicaciones correctas a sus doncellas para que ese día el dragón muriera. Pero pasó algo con lo que no contaban. Las chicas estaban situadas en sus posiciones. La Princesa, escondía en las enaguas de su precioso vestido, el arma con el que acabar con el dragón, pero, cuando se disponían a desplegar el operativo, apareció un caballero a lomos de su caballo. La Princesa le dio el alto, mientras el dragón atónito los miraba pensando en el festín que iba a darse…

Su lanza queda requisada por fuerza mayor. -le dijo la Princesa a Jordi, el caballero. Y en un abrir y cerrar de ojos, mientras las doncellas con una gran tela sujetaban la cabeza del dragón, la Princesa de este cuento pudo acabar con él.

Cuenta la leyenda que en el charco de sangre creció un rosal. A la Princesa le encantaban las rosas por lo que, en señal de agradecimiento, al caballero que había acudido a su rescate, le regaló la rosa más bonita que brotó.

El Rey estaba atónito ante las cualidades de su hija. Pues a pesar de tener su custodia no había participado apenas en su educación. “Los libros me han hecho lista para saber cómo derribar al dragón” le dijo la Princesa. Libros que llevaba leyendo a escondidas durante años, pues era una práctica reservada a los varones de una alta posición social.

El Rey ofreció la mano de la Princesa al apuesto caballero; sin embargo, ésta no solo se negó, sino que renunció a sus derechos como alteza poniendo fin a la dinastía. Su plan era poder trabajar junto a su equipo de doncellas para mejorar el estado en el que había quedado el pueblo. La idea fue celebrada entre la ciudadanía y sus doncellas nunca más recibieron ese nombre, sino el de compañeras y amigas.

Y colorín colorado esta leyenda se ha acabado.

P.D: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si no te suena, es que te la han contado de otra manera; no te preocupes, le hemos puesto solo una pizca de feminismo.

No podremos salir a comprar rosas y libros, pero podemos quedarnos en casa y leer mucho.

Feliz día lectoras.

 

Por Ana M (@anizmoreno_)

 

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